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1. El peregrino de Compostela

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No obstante, al tocar mi mano durante el ejercicio, sentí la grandeza de su

alma.

Volvimos a la ermita blanca, donde estaban nuestras cosas.

—Su ocupante ya no vuelve por hoy, creo que podemos dormir aquí —

dijo Petrus acostándose. Desenrollé el saco de dormir, tomé un trago de

vino y también me acosté. Estaba exhausto con el Amor que Devora, pero

era un cansancio libre de tensiones y, antes de cerrar los ojos, recordé al

monje barbado, delgado, que me había deseado buenas noches y que se

sentó a mi lado. En algún lugar, allá afuera, ese hombre estaba siendo

consumido por la llama divina. Tal vez por eso aquella noche fuera tan

oscura, porque él había condensado en sí toda la luz del mundo.

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