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1. El peregrino de Compostela

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Tradición. Llegué a conocer tres grandes Maestres —incluyendo al mío—

que eran capaces de llevar el dominio del plano físico a situaciones mucho

más allá de lo que cualquier hombre es capaz de soñar. Vi milagros,

predicciones exactas del futuro, conocimiento de encarnaciones pasadas. Mi

Maestre me habló de la guerra de las Malvinas dos meses antes de que los

argentinos invadieran las islas. Describió todo con detalles y me explicó el

porqué —en el plano astral— de ese conflicto.

Pero, a partir de ese día, empecé a notar que además de eso hay Magos,

como dijo el Maestre, que «enloquecieron en el proceso de iluminación».

Eran personas casi iguales en todo a los Maestres, incluso en los poderes: vi

a uno de ellos hacer que germinara una semilla en quince minutos de

concentración extrema. Pero este hombre —y algunos otros— ya habían

llevado muchos discípulos a la locura y la desesperación. Hubo casos de

personas que habían ido a parar a hospitales psiquiátricos, y por lo menos

una historia confirmada de suicidio. Estos hombres estaban en la llamada

«lista negra» de la Tradición, pero era imposible mantener control sobre

ellos, y sé que muchos continúan ejerciendo hasta hoy.

Toda esta historia me pasó por la mente en una fracción de segundo, al

mirar la cascada imposible de escalar. Pensé en el tiempo inmenso durante

el cual Petrus y yo habíamos caminado juntos, recordé al perro que me

atacó y no le hizo ningún daño, de la pérdida de control en el restaurante

con el muchacho que nos atendía, de la borrachera en la fiesta de la boda.

Sólo conseguía recordar esto.

—Petrus, de ninguna manera voy a subir esa cascada, por una sola

razón: es imposible.

No respondió nada. Se sentó en el pasto verde y yo hice lo mismo.

Permanecimos casi quince minutos en silencio. Su silencio me desarmó y

tomé la iniciativa de hablar de nuevo.

—No quiero subir esa cascada porque me voy a caer. Y sé que no voy a

morir, pues cuando vi el rostro de mi Muerte, vi también el día en que va a

llegar, pero puedo caer y quedar lisiado por el resto de mis días.

—Paulo, Paulo… —me miró y sonrió. Había cambiado por completo.

Su voz reflejaba un poco del Amor que Devora y sus ojos estaban

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