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1. El peregrino de Compostela

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después envolvió al mundo, y yo comencé a llorar. Lloraba porque estaba

reviviendo el Entusiasmo, era un niño ante la vida, y nada en ese momento

podría causarme ningún daño. Sentí que una presencia se acercaba a

nosotros y se sentaba a mi derecha; imaginé que era mi Mensajero y que era

el único capaz de vislumbrar aquella luz azul tan fuerte saliendo y entrando

en mí, derramándose por el mundo.

La luz fue aumentando de intensidad y sentí que envolvía el mundo

entero, penetraba por cada puerta y en cada callejuela, y que alcanzaba, al

menos por una fracción de segundo, a cada ser vivo.

Sentí que me tomaban de las manos, abiertas y extendidas hacia el cielo.

En ese momento el flujo de luz azul aumentó y se volvió tan fuerte que creí

que me desmayaría, pero logré mantenerlo algunos minutos más, hasta que

la melodía que estaba cantando hubiese terminado.

Entonces me relajé y me sentí completamente exhausto, más libre y

contento con la vida y con lo que acababa de experimentar. Las manos que

sostenían a las mías se soltaron. Me di cuenta de que una era de Petrus y en

el fondo de mi corazón presentí de quién era la otra mano.

Abrí los ojos y junto a mí estaba el monje Alfonso. Sonrió y me dijo

«buenas noches». Sonreí también, volví a tomar su mano y la apreté con

fuerza sobre mi pecho. Dejó que hiciera esto y después la soltó con

delicadeza.

Ninguno de los tres dijo nada. Un rato después, Alfonso se levantó y

caminó nuevamente hacia la planicie rocosa. Yo lo acompañé con la vista

hasta que la oscuridad lo ocultó por completo.

Petrus rompió el silencio poco después. No mencionó nada sobre

Alfonso.

—Haz este ejercicio siempre que puedas, y al poco tiempo Ágape

habitará de nuevo en ti. Repítelo antes de comenzar un proyecto, los

primeros días de cualquier viaje o cuando sientas que algo te ha causado

una gran emoción. De ser posible, hazlo con alguien que te agrade. Es un

ejercicio para compartirse.

Allí estaba de nuevo el viejo Petrus técnico, instructor y guía, del que

sabía tan poco. La emoción que había mostrado en la choza había pasado.

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