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—No hagas de este ejercicio una tortura, porque no fue hecho para eso
—dijo Petrus—. Busca encontrar placer en una velocidad a la cual no estás
acostumbrado. Al cambiar la manera de hacer cosas rutinarias, permites que
un nuevo hombre crezca dentro de ti. Pero, en fin, eres tú quien decide.
La amabilidad de la frase final me calmó un poco. Si era yo quien
decidía qué hacer, entonces era mejor sacar provecho de la situación.
Respiré profundo y traté de no pensar en nada. Desperté en mí un estado
extraño, como si el tiempo fuera algo distante y no me interesara. Fui
calmándome cada vez más y comencé a reparar, con otros ojos, en las cosas
que me circundaban. La imaginación, rebelde mientras me hallaba tenso,
empezó a funcionar en mi favor. Miraba el pueblecito frente a mí y
empezaba a crear toda una historia de él: cómo fue construido, qué fue de
los peregrinos que por allí pasaron, la alegría de encontrar gente y
hospedaje después del viento frío de los Pirineos.
En determinado momento creí ver en el pueblo una presencia fuerte,
misteriosa y sabia. Mi imaginación colmó la planicie de caballeros y
combates. Podía ver sus espadas reluciendo al sol y oír sus gritos de guerra.
El pueblecito ya no era sólo un lugar para calentar con vino mi alma y mi
cuerpo con un cobertor: era un marco histórico, una obra de hombres
heroicos, que habían dejado todo para instalarse en aquellos páramos.
El mundo estaba allí, en torno mío, y me di cuenta de que pocas veces le
había prestado atención.
Cuando me percaté, estábamos en la puerta de la taberna. Petrus me
invitó a entrar.
—Yo pago el vino —dijo—, y vamos a dormirnos temprano porque
mañana necesito presentarte con un gran brujo.
Dormí pesadamente y no soñé. En cuanto el día comenzó a extenderse
por las dos únicas calles del pueblecito de Roncesvalles, Petrus tocó en la
puerta de mi cuarto. Nos hospedábamos en el piso superior de la taberna,
que también servía de hotel.
Tomamos café negro y pan con aceite, y salimos. Una densa neblina se
había apoderado del lugar. Advertí que Roncesvalles no era exactamente un
pueblecito, como había pensado al principio; en la época de las grandes