Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
—No vas a necesitar esto —dijo, mientras quitaba una pila de
periódicos viejos de encima de una caja de cartón—. Tu camino y tu
descanso dependen de las decisiones de tu guía.
Madame Lawrence sacó de la caja un sombrero y un manto. Parecían
ropas muy antiguas, pero estaban bien conservadas. Me pidió que
permaneciera de pie en el centro de la sala, y comenzó a rezar en silencio.
Después colocó el manto en mi espalda y el sombrero en mi cabeza. Pude
notar que tanto en el sombrero como en cada hombrera del manto había
veneras cosidas. Sin parar de rezar, la anciana tomó un cayado de uno de los
rincones del estudio y me hizo tomarlo con la mano derecha. En el cayado
amarró una pequeña cantimplora. Allí estaba yo: debajo, bermudas de
mezclilla y camiseta con la leyenda I LOVE NY, y encima el traje medieval
de los peregrinos a Compostela.
La anciana se acercó hasta quedar a dos palmos de distancia frente a mí.
Entonces, en una especie de trance, colocando las manos abiertas sobre mi
cabeza, dijo:
—Que el Apóstol Santiago te acompañe y te muestre lo único que
necesitas descubrir; que no andes ni muy despacio ni demasiado aprisa, sino
siempre de acuerdo con las Leyes y las Necesidades del Camino; que
obedezcas a aquel que te guiará, aun cuando te diere una orden homicida,
blasfema o insensata. Debes jurar obediencia total a tu guía.
Juré.
—El Espíritu de los antiguos peregrinos de la Tradición ha de
acompañarte en la jornada. El sombrero te protege del sol y de los malos
pensamientos; el manto te protege de la lluvia y de las malas palabras; el
cayado te protege de los enemigos y de las malas obras. La bendición de
Dios, de Santiago y la virgen María te acompañe todas las noches y todos
los días. Amén.
Dicho esto, volvió a sus maneras habituales: con prisa y con un cierto
mal humor recogió las ropas, las guardó de nuevo en la caja, devolvió el
cayado con la cantimplora al rincón de la sala, y después de enseñarme las
palabras de contraseña me pidió que me fuera pronto, pues mi guía estaba
esperándome a unos dos kilómetros de Saint-Jean-Pied-de-Port.