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1. El peregrino de Compostela

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—No vas a necesitar esto —dijo, mientras quitaba una pila de

periódicos viejos de encima de una caja de cartón—. Tu camino y tu

descanso dependen de las decisiones de tu guía.

Madame Lawrence sacó de la caja un sombrero y un manto. Parecían

ropas muy antiguas, pero estaban bien conservadas. Me pidió que

permaneciera de pie en el centro de la sala, y comenzó a rezar en silencio.

Después colocó el manto en mi espalda y el sombrero en mi cabeza. Pude

notar que tanto en el sombrero como en cada hombrera del manto había

veneras cosidas. Sin parar de rezar, la anciana tomó un cayado de uno de los

rincones del estudio y me hizo tomarlo con la mano derecha. En el cayado

amarró una pequeña cantimplora. Allí estaba yo: debajo, bermudas de

mezclilla y camiseta con la leyenda I LOVE NY, y encima el traje medieval

de los peregrinos a Compostela.

La anciana se acercó hasta quedar a dos palmos de distancia frente a mí.

Entonces, en una especie de trance, colocando las manos abiertas sobre mi

cabeza, dijo:

—Que el Apóstol Santiago te acompañe y te muestre lo único que

necesitas descubrir; que no andes ni muy despacio ni demasiado aprisa, sino

siempre de acuerdo con las Leyes y las Necesidades del Camino; que

obedezcas a aquel que te guiará, aun cuando te diere una orden homicida,

blasfema o insensata. Debes jurar obediencia total a tu guía.

Juré.

—El Espíritu de los antiguos peregrinos de la Tradición ha de

acompañarte en la jornada. El sombrero te protege del sol y de los malos

pensamientos; el manto te protege de la lluvia y de las malas palabras; el

cayado te protege de los enemigos y de las malas obras. La bendición de

Dios, de Santiago y la virgen María te acompañe todas las noches y todos

los días. Amén.

Dicho esto, volvió a sus maneras habituales: con prisa y con un cierto

mal humor recogió las ropas, las guardó de nuevo en la caja, devolvió el

cayado con la cantimplora al rincón de la sala, y después de enseñarme las

palabras de contraseña me pidió que me fuera pronto, pues mi guía estaba

esperándome a unos dos kilómetros de Saint-Jean-Pied-de-Port.

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