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1. El peregrino de Compostela

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Prólogo

—¡Y que, ante la Sagrada Faz de RAM, toques con tus manos la Palabra

de Vida y recibas tanta fuerza, que te conviertas en su testigo hasta los

confines de la Tierra!

El Maestre levantó en alto mi nueva espada, manteniéndola dentro de la

vaina. Las llamas de la hoguera crepitaron, un presagio favorable, indicando

que el ritual debía continuar. Entonces me incliné y, con las manos

desnudas, comencé a escarbar la tierra delante de mí.

Era la noche del día 2 de enero de 1986 y nos encontrábamos en lo alto

de una de las montañas de la Serra do Mar, cerca de la formación conocida

como Agulhas Negras. Además de mi Maestre y yo, estaban mi mujer, un

discípulo mío, un guía local y un representante de la gran fraternidad que

congregaba las órdenes esotéricas de todo el mundo, y que era conocida con

el nombre de Tradición. Los cinco —incluyendo al guía, a quien ya se le

había advertido lo que sucedería— participaban de mi ordenación como

Maestre de la Orden de RAM.

Terminé de escarbar en el suelo un hueco poco profundo, pero largo.

Con toda solemnidad toqué la tierra pronunciando las palabras rituales.

Entonces, mi mujer se acercó y me entregó la espada que yo había utilizado

durante más de diez años y que tanto me había ayudado en centenares de

Obras Extraordinarias en aquel tiempo. Deposité la espada en el hueco.

Luego, le eché la tierra encima y aplané de nuevo el terreno. Mientras lo

hacía, recordaba las pruebas por las que había pasado, las cosas que había

conocido y los fenómenos que era capaz de provocar, simplemente porque

tenía conmigo aquella espada tan antigua y tan amiga mía. Ahora sería

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