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1. El peregrino de Compostela

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muchas ganas de invocar a Astrain y de conversar un poco sobre eso, pero

nunca había hecho la invocación durante la mañana y no sabía si daría

resultado. Desistí de la idea.

Acabamos nuestros cafés y recomenzamos la caminata. Cruzamos una

casa medieval con su blasón, las ruinas de una antigua posada de peregrinos

y un parque provinciano en los límites del poblado. Cuando me preparaba

para volver al campo, sentí una presencia fuerte a mi lado izquierdo. Seguí

de frente, pero Petrus me detuvo:

—No sirve de nada correr —dijo—. Detente y enfrenta la situación.

Quise zafarme de Petrus y continuar. El sentimiento era desagradable,

como una especie de cólico abdominal. Por algunos instantes quise creer

que era por el pan con aceite, pero ya lo había sentido antes y era inútil

engañarme: tensión, tensión y miedo.

—¡Mira atrás! —la voz de Petrus tenía un tono de urgencia—. ¡Mira

antes de que sea tarde!

Volteé bruscamente: a mi izquierda estaba una casita abandonada; la

vegetación, quemada por el sol, la había invadido por dentro. Un olivo

elevaba sus ramas retorcidas al cielo y, entre el olivo y la casa, mirándome

fijamente, estaba un perro. Un perro negro, el mismo que había expulsado

de la casa de la mujer días atrás.

Perdí la noción de la presencia de Petrus y miré fijamente los ojos del

animal. Algo dentro de mí —tal vez la voz de Astrain o de mi ángel de la

guarda— me decía que si desviaba los ojos el animal me atacaría.

Nos quedamos así, mirándonos mutuamente, durante minutos

interminables. Sentía que, después de haber experimentado toda la grandeza

del Amor que Devora, de nuevo estaba ante las amenazas diarias y

constantes de la existencia. Pensé por qué el animal me habría seguido hasta

tan lejos y finalmente qué quería, porque yo era un peregrino en busca de

una espada y no tenía ganas ni paciencia para entrar en conflicto con

personas o animales por el camino.

Traté de decir todo esto con los ojos —recordando a los monjes del

convento, que se comunicaban con la vista—, pero el perro no se movía.

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