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1. El peregrino de Compostela

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Me di cuenta de que mi problema inmediato ya no era mover esa cruz,

sino liberarla de su base, y después cavar un hoyo en el suelo y empujarla

dentro del mismo. Escogí una piedra afilada y, dominando el dolor,

comencé a golpear y a raspar las fibras de madera.

El dolor aumentaba a cada instante y las fibras iban cediendo poco a

poco. Tenía que acabar con eso pronto, antes de que las heridas se volvieran

a abrir y aquello se volviera insoportable. Decidí hacer el trabajo un poco

más despacio, de manera que llegara al final antes de ser vencido por el

dolor. Me quité la camiseta, la enrollé en mi mano y recomencé el trabajo

más protegido. La idea fue buena: se rompió la primera fibra, luego, la

segunda. La piedra perdió su filo y busqué otra. Cada vez que paraba de

trabajar, tenía la impresión de que no podría empezar de nuevo. Junté varias

piedras afiladas y fui utilizando una tras otra para que el calor de la mano

trabajando disminuyese el efecto del dolor.

Ya se habían roto casi todas las fibras y, sin embargo, la fibra principal

aún resistía. El dolor en la mano fue aumentando; abandoné mi plan inicial

y comencé a trabajar frenéticamente. Ahora sabía que llegaría a un punto en

que el dolor sería insoportable. Este punto estaba cerca y era sólo cuestión

de tiempo, un tiempo que necesitaba vencer.

Fui aserrando, golpeando, sintiendo que entre la piel y el vendaje algo

pastoso comenzaba a dificultar mis movimientos. «Debía ser sangre»,

pensé, pero evité seguir pensando. Apreté los dientes y de repente la fibra

central pareció ceder. Estaba tan nervioso que me levanté de inmediato y le

di un puntapié, con todas mis fuerzas, a ese tronco que me estaba causando

tanto sufrimiento.

Con un ruido, la cruz cayó de lado, libre de su base.

Mi alegría duró apenas unos pocos segundos. La mano comenzó a

punzar violentamente, cuando apenas empezaba la tarea. Miré a Petrus y se

había dormido. Pasé algún tiempo imaginando cómo podía engañarlo;

pensé en poner en pie la cruz sin que lo notara.

Pero eso era exactamente lo que Petrus quería: que yo pusiera en pie la

cruz y no había ninguna forma de engañarlo, porque la tarea sólo dependía

de mí.

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