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1. El peregrino de Compostela

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La neblina fue disipándose cada vez más, como si estuviera llegando a

su fin. A mi lado había árboles dispersos, un terreno húmedo y resbaladizo,

y la misma subida empinada que desde hacía bastante tiempo recorría.

De repente, como por un acto de magia, la neblina se deshizo por

completo y, delante de mí, clavada en lo alto de la montaña, estaba la cruz.

Miré a mi alrededor, vi el mar de nubes de donde salí y otro mar de

nubes muy por encima de mi cabeza. Entre estos dos océanos, los picos de

las montañas más altas y el pico del Pedrafita de O Cebreiro, con la cruz.

Me invadieron unas inmensas ganas de rezar; aun sabiendo que aquello me

apartaría del camino de Torrestrela, resolví subir hasta la cima de la

montaña y hacer mis oraciones al pie de la cruz.

Fueron cuarenta minutos de subida, que hice en silencio externo e

interno. La lengua que había inventado desapareció de mi cabeza, ya no

servía para comunicarme con los hombres, ni con Dios. El Camino de

Santiago era quien «me caminaba» y me revelaría el lugar donde estaba mi

espada. Una vez más Petrus tenía razón.

Al llegar a lo alto, vi a un hombre sentado al lado de la cruz escribiendo

algo. Durante algunos momentos pensé que era un enviado, una visión

sobrenatural, pero la intuición dijo que no y vi la venera cosida en su ropa:

era sólo un peregrino, que me miró durante un largo rato y se fue,

importunado con mi presencia. Tal vez estuviese esperando lo mismo que

yo, un ángel, y nos habíamos descubierto como hombres, en el camino de

las personas comunes.

A pesar del deseo de orar, no pude decir nada. Permanecí frente a la

cruz por mucho tiempo, mirando las montañas y las nubes, que cubrían el

cielo y la tierra, dejando apenas las altas cumbres sin neblina.

Cien metros debajo de mí, un poblado con quince casas y una iglesita

comenzó a encender sus luces. Por lo menos tenía donde pasar la noche,

cuando el camino así lo ordenase. No sabía exactamente a qué horas

sucedería esto, pero a pesar de que Petrus se había ido, yo no carecía de

guía. El Camino «me caminaba».

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