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1. El peregrino de Compostela

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Las invocaciones, el control casi absoluto de la materia, la

comunicación con los otros mundos, todo aquello era mucho más

interesante que las Prácticas de RAM. Es posible que las Prácticas tuviesen

una aplicación más objetiva en mi vida; sin duda yo había cambiado mucho

desde que empecé a recorrer el Extraño Camino de Santiago. Gracias a la

ayuda de Petrus había descubierto que el conocimiento adquirido podía

hacerme escalar cascadas, vencer Enemigos y conversar con el Mensajero

sobre cosas prácticas y objetivas. Había conocido el rostro de mi Muerte y

el Globo Azul del Amor que Devora, inundando el mundo entero.

Estaba listo para librar el Buen Combate y hacer de la vida una serie de

victorias.

No obstante, una parte escondida de mí aún sentía nostalgia de los

círculos mágicos, de las fórmulas trascendentales, del incienso y de la Tirita

Sagrada. Lo que Petrus había llamado «un homenaje a los Antiguos», había

sido para mí un contacto intenso y nostálgico con viejas lecciones

olvidadas, y la simple posibilidad de que tal vez nunca más pudiese acceder

a ese mundo me dejaba sin ánimos de proseguir.

Cuando volví al hotel, después del Ritual de la Tradición, encontré junto

a mi llave la Guía del peregrino, un libro que Petrus utilizaba para los

puntos donde las señales amarillas eran menos visibles y para que

pudiésemos calcular la distancia entre una ciudad y otra. Dejé Ponferrada

esa misma mañana —sin dormir— y seguí el Camino.

La primera tarde descubrí que el mapa no estaba a escala, lo que me

obligó a pasar una noche a la intemperie, en un refugio natural de roca.

Allí, meditando sobre todo lo que me había sucedido desde el encuentro

con madame Lawrence, no podía borrar de mi mente el esfuerzo insistente

de Petrus por hacerme entender que, al contrario de lo que siempre nos

habían enseñado, lo importante eran los resultados. El esfuerzo era

saludable e indispensable, pero sin los resultados no significaba nada, y el

único resultado que podía esperar de mí mismo y de todo aquello que había

pasado era encontrar mi espada, lo que no había sucedido hasta ahora, y

faltaban pocos días de caminata para llegar a Santiago.

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