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1. El peregrino de Compostela

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un poco más de atención en la vida. Me hiciste ver que la búsqueda de la

felicidad es personal, y no un modelo que podamos dar a los otros. Antes de

descubrir mi espada, tuve que descubrir su secreto —tan sencillo— que

sólo consistía en saber qué hacer con ella. Con ella y con la felicidad que

me iba a acarrear.

»Caminé tantos kilómetros para descubrir cosas que ya sabía, que todos

sabemos, pero que son difíciles de aceptar. ¿Existe algo más difícil para el

hombre, Señor, que saberse capaz de obtener el Poder? Este dolor que

siento ahora en mi corazón, y que me hace sollozar y con ello asustar al

cordero, ha estado presente desde que el hombre existe. Pocos aceptaron el

fardo de la propia victoria: la mayoría desistió de los sueños cuando se

tornaron posibles. Rehusaron librar el Buen Combate porque no sabían qué

hacer con la propia felicidad; estaban demasiado aferrados a las cosas del

mundo. Así como yo, que quería encontrar mi espada sin saber qué hacer

con ella.

Un dios dormido estaba despertando en mí y el dolor era cada vez más

intenso. Sentía cerca la presencia de mi Maestre y por primera vez conseguí

transformar mis sollozos en lágrimas. Lloré de gratitud por haberme hecho

buscar mi espada a través del Camino de Santiago. Lloré de gratitud por

Petrus, por haberme enseñado, sin decir nada, que yo lograría mis sueños si

primero descubría qué deseaba hacer con ellos. Vi la cruz vacía y el cordero

a sus pies, libre para pasear por donde quisiese entre aquellas montañas y

ver nubes sobre su cabeza y sobre sus pies.

El cordero se levantó y lo seguí. Ya sabía a dónde me llevaba; a pesar de

las nubes, el mundo era transparente para mí. Aunque no estuviera viendo

la Vía Láctea en el cielo, tenía la certeza de que existía y mostraba a todos

el Camino de Santiago. Seguí al cordero, que caminó con dirección a aquel

caserío —también llamado Pedrafita de O Cebreiro, como el monte—.

Cierta vez allí había ocurrido un milagro, el milagro de transformar lo que

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