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un poco más de atención en la vida. Me hiciste ver que la búsqueda de la
felicidad es personal, y no un modelo que podamos dar a los otros. Antes de
descubrir mi espada, tuve que descubrir su secreto —tan sencillo— que
sólo consistía en saber qué hacer con ella. Con ella y con la felicidad que
me iba a acarrear.
»Caminé tantos kilómetros para descubrir cosas que ya sabía, que todos
sabemos, pero que son difíciles de aceptar. ¿Existe algo más difícil para el
hombre, Señor, que saberse capaz de obtener el Poder? Este dolor que
siento ahora en mi corazón, y que me hace sollozar y con ello asustar al
cordero, ha estado presente desde que el hombre existe. Pocos aceptaron el
fardo de la propia victoria: la mayoría desistió de los sueños cuando se
tornaron posibles. Rehusaron librar el Buen Combate porque no sabían qué
hacer con la propia felicidad; estaban demasiado aferrados a las cosas del
mundo. Así como yo, que quería encontrar mi espada sin saber qué hacer
con ella.
Un dios dormido estaba despertando en mí y el dolor era cada vez más
intenso. Sentía cerca la presencia de mi Maestre y por primera vez conseguí
transformar mis sollozos en lágrimas. Lloré de gratitud por haberme hecho
buscar mi espada a través del Camino de Santiago. Lloré de gratitud por
Petrus, por haberme enseñado, sin decir nada, que yo lograría mis sueños si
primero descubría qué deseaba hacer con ellos. Vi la cruz vacía y el cordero
a sus pies, libre para pasear por donde quisiese entre aquellas montañas y
ver nubes sobre su cabeza y sobre sus pies.
El cordero se levantó y lo seguí. Ya sabía a dónde me llevaba; a pesar de
las nubes, el mundo era transparente para mí. Aunque no estuviera viendo
la Vía Láctea en el cielo, tenía la certeza de que existía y mostraba a todos
el Camino de Santiago. Seguí al cordero, que caminó con dirección a aquel
caserío —también llamado Pedrafita de O Cebreiro, como el monte—.
Cierta vez allí había ocurrido un milagro, el milagro de transformar lo que