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»Tened piedad de los que se esclavizan por el lazo de seda del amor y se
creen dueños de alguien y sienten celos y se matan con veneno y se torturan
porque no logran ver que el amor cambia como el viento y como todas las
cosas. Pero tened más piedad de los que mueren de miedo de amar y
rechazan el amor en nombre de un amor mayor que no conocen, porque no
conocen tu ley que dice: “quien bebiere de esta agua, nunca más volverá a
tener sed”.
»Tened piedad de los que reducen el Cosmos a una explicación, Dios es
una poción mágica y el hombre un ser con necesidades básicas que
necesitan satisfacerse, porque éstos nunca oirán la música de las esferas.
Pero tened más piedad de los que poseen la fe ciega y en los laboratorios
transforman mercurio en oro y están rodeados de libros sobre los secretos
del Tarot y el poder de las pirámides, porque éstos no conocen tu ley que
dice: “es de los niños el reino de los cielos”.
»Tened piedad de los que no ven a nadie que no sea ellos mismos, y
para quienes los otros son un escenario difuso y distante cuando van por la
calle en sus limusinas, y se encierran en oficinas con aire acondicionado en
el último piso, y sufren en silencio la soledad que da el poder. Pero tened
piedad de los que renuncian a todo, y son caritativos y procuran vencer al
mal tan sólo con amor, porque éstos desconocen tu ley que dice: “quien no
tiene espada, que venda su capa y compre una”.
»Tened piedad, Señor, de nosotros que buscamos y osamos empuñar la
espada que prometisteis, y que somos un pueblo santo y pecador, esparcido
por la tierra. Porque no nos reconocemos a nosotros mismos, y muchas
veces pensamos que estamos vestidos y estamos desnudos, pensamos que
cometemos un crimen y en realidad salvamos a alguien. No os olvidéis en
vuestra piedad de todos los que empuñamos la espada con la mano de un
ángel y la mano de un demonio afirmadas en el mismo puño, porque
estamos en el mundo, continuamos en el mundo y precisamos de ti.
Necesitamos siempre de tu ley que dice: “cuando os mandé sin bolsa, sin
alforja y sin sandalias nada os faltó”.
Seguía habiendo silencio. Petrus dejó de rezar y miraba fijamente el
campo de trigo que nos rodeaba.