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1. El peregrino de Compostela

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»Tened piedad de los que se esclavizan por el lazo de seda del amor y se

creen dueños de alguien y sienten celos y se matan con veneno y se torturan

porque no logran ver que el amor cambia como el viento y como todas las

cosas. Pero tened más piedad de los que mueren de miedo de amar y

rechazan el amor en nombre de un amor mayor que no conocen, porque no

conocen tu ley que dice: “quien bebiere de esta agua, nunca más volverá a

tener sed”.

»Tened piedad de los que reducen el Cosmos a una explicación, Dios es

una poción mágica y el hombre un ser con necesidades básicas que

necesitan satisfacerse, porque éstos nunca oirán la música de las esferas.

Pero tened más piedad de los que poseen la fe ciega y en los laboratorios

transforman mercurio en oro y están rodeados de libros sobre los secretos

del Tarot y el poder de las pirámides, porque éstos no conocen tu ley que

dice: “es de los niños el reino de los cielos”.

»Tened piedad de los que no ven a nadie que no sea ellos mismos, y

para quienes los otros son un escenario difuso y distante cuando van por la

calle en sus limusinas, y se encierran en oficinas con aire acondicionado en

el último piso, y sufren en silencio la soledad que da el poder. Pero tened

piedad de los que renuncian a todo, y son caritativos y procuran vencer al

mal tan sólo con amor, porque éstos desconocen tu ley que dice: “quien no

tiene espada, que venda su capa y compre una”.

»Tened piedad, Señor, de nosotros que buscamos y osamos empuñar la

espada que prometisteis, y que somos un pueblo santo y pecador, esparcido

por la tierra. Porque no nos reconocemos a nosotros mismos, y muchas

veces pensamos que estamos vestidos y estamos desnudos, pensamos que

cometemos un crimen y en realidad salvamos a alguien. No os olvidéis en

vuestra piedad de todos los que empuñamos la espada con la mano de un

ángel y la mano de un demonio afirmadas en el mismo puño, porque

estamos en el mundo, continuamos en el mundo y precisamos de ti.

Necesitamos siempre de tu ley que dice: “cuando os mandé sin bolsa, sin

alforja y sin sandalias nada os faltó”.

Seguía habiendo silencio. Petrus dejó de rezar y miraba fijamente el

campo de trigo que nos rodeaba.

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