Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
ensordecedor por una abertura que debía llegar a las profundidades de la
tierra. No había en el paredón asideros de los que pudiera agarrarme, ni
profundidad suficiente en el pequeño lago para amortiguar la caída de
nadie. Estaba ante una tarea absolutamente imposible.
Recordé una escena sucedida cinco años atrás, en un ritual
extremadamente peligroso y que exigía —como éste— una escalada. El
Maestre me dio la oportunidad de decidir si quería continuar o no. Yo era
más joven, estaba fascinado por sus poderes y por los milagros de la
Tradición, y decidí aceptar. Era necesario demostrar mi valor y mi valentía.
Después de casi una hora de escalar la montaña, cuando estaba ante la
parte más difícil, un viento surgió con una fuerza inesperada y tuve que
agarrarme con todas las fuerzas de la pequeña plataforma en que me
apoyaba, para no precipitarme al vacío. Cerré los ojos, esperando lo peor, y
mantuve las uñas clavadas en la roca. Cuál sería mi sorpresa al darme
cuenta de que, de inmediato, alguien me ayudaba a cambiar a una posición
más cómoda y segura. Abrí los ojos y el Maestre estaba a mi lado.
Hizo algunos ademanes en el aire y de repente el viento dejó de soplar.
Con una agilidad misteriosa, en la que había momentos de puro ejercicio y
levitación, bajó la montaña y me pidió que hiciera lo mismo.
Llegué abajo con las piernas temblorosas y pregunté indignado por qué
no hizo que el viento se detuviera antes de que me alcanzara.
—Porque fui yo quien ordenó al viento que soplara —respondió.
—¿Para que me matara?
—Para salvarte. Serías incapaz de subir esta montaña. Cuando pregunté
si querías subir, no estaba poniendo a prueba tu valor, sino tu sabiduría.
»En tu mente creaste una orden que no te di —dijo el Maestre—. Si
supieras levitar no habría problema. Pero te propusiste ser valiente, cuando
bastaba ser inteligente.
Ese día me habló de magos que habían enloquecido en el proceso de
iluminación, y que ya no podían distinguir sus propios poderes y los de sus
discípulos. A lo largo de mi vida conocí grandes hombres en el terreno de la