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1. El peregrino de Compostela

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ensordecedor por una abertura que debía llegar a las profundidades de la

tierra. No había en el paredón asideros de los que pudiera agarrarme, ni

profundidad suficiente en el pequeño lago para amortiguar la caída de

nadie. Estaba ante una tarea absolutamente imposible.

Recordé una escena sucedida cinco años atrás, en un ritual

extremadamente peligroso y que exigía —como éste— una escalada. El

Maestre me dio la oportunidad de decidir si quería continuar o no. Yo era

más joven, estaba fascinado por sus poderes y por los milagros de la

Tradición, y decidí aceptar. Era necesario demostrar mi valor y mi valentía.

Después de casi una hora de escalar la montaña, cuando estaba ante la

parte más difícil, un viento surgió con una fuerza inesperada y tuve que

agarrarme con todas las fuerzas de la pequeña plataforma en que me

apoyaba, para no precipitarme al vacío. Cerré los ojos, esperando lo peor, y

mantuve las uñas clavadas en la roca. Cuál sería mi sorpresa al darme

cuenta de que, de inmediato, alguien me ayudaba a cambiar a una posición

más cómoda y segura. Abrí los ojos y el Maestre estaba a mi lado.

Hizo algunos ademanes en el aire y de repente el viento dejó de soplar.

Con una agilidad misteriosa, en la que había momentos de puro ejercicio y

levitación, bajó la montaña y me pidió que hiciera lo mismo.

Llegué abajo con las piernas temblorosas y pregunté indignado por qué

no hizo que el viento se detuviera antes de que me alcanzara.

—Porque fui yo quien ordenó al viento que soplara —respondió.

—¿Para que me matara?

—Para salvarte. Serías incapaz de subir esta montaña. Cuando pregunté

si querías subir, no estaba poniendo a prueba tu valor, sino tu sabiduría.

»En tu mente creaste una orden que no te di —dijo el Maestre—. Si

supieras levitar no habría problema. Pero te propusiste ser valiente, cuando

bastaba ser inteligente.

Ese día me habló de magos que habían enloquecido en el proceso de

iluminación, y que ya no podían distinguir sus propios poderes y los de sus

discípulos. A lo largo de mi vida conocí grandes hombres en el terreno de la

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