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Estaba sintiéndome más tranquilo, debido a aquel pensamiento que se
formaba en mí y que pronto estallaría. Recé, hice algunos ejercicios que
Petrus me enseñó y resolví invocar a Astrain.
Necesitaba conversar con él sobre lo que había sucedido durante la
lucha con el perro. Aquel día el Mensajero había hecho lo posible por
perjudicarme y después de rehusarse cuando el episodio de la cruz, estaba
decidido a alejarlo para siempre de mi vida, pero si no hubiese identificado
su voz habría cedido a las tentaciones que aparecieron durante todo el
combate.
«Hiciste lo posible por ayudar a Legión a vencer», dije.
«Yo no lucho contra mis hermanos», respondió Astrain.
Era la respuesta que estaba esperando. Ya había sido prevenido al
respecto y era una tontería molestarme porque el Mensajero había seguido
su propia naturaleza. Debía buscar en él el compañero que me ayudase en
momentos como el que estaba pasando ahora; ésta era su única función.
Dejé a un lado el rencor y comenzamos a conversar animadamente
sobre el Camino, sobre Petrus y sobre el secreto de la espada, que ya
presentía tener dentro de mí. No dijo nada importante, sólo que estos
secretos le estaban vedados, pero al menos tuve alguien con quien
desahogarme un poco, tras una tarde entera en silencio. Conversamos hasta
tarde, cuando de pronto la anciana golpeó mi puerta diciendo que yo
hablaba dormido.
Desperté más animado y emprendí la caminata muy temprano por la
mañana. Según mis cálculos, llegaría esa misma tarde a tierras de Galicia,
donde estaba Santiago de Compostela. Todo el camino era de subida y tuve
que hacer doble esfuerzo, durante casi cuatro horas, para mantener el ritmo
de caminata que me había impuesto. A cada momento esperaba que tras la
siguiente loma comenzara el camino de bajada, pero esto no sucedió nunca
y acabé perdiendo las esperanzas de caminar más rápido esa mañana.
A lo lejos, divisé algunas montañas más altas y pensé que tarde o
temprano tendría que pasar por ellas. Mientras tanto, el esfuerzo físico
había parado casi por completo mi pensamiento, y comencé a sentirme más
amigo de mí mismo.