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movimiento, obedecían mis órdenes, pero el instinto me decía que no debía
sacrificar más aquella mano.
Miré el agujero: no era lo suficientemente hondo para sostener la cruz
con todo su peso.
«La solución equivocada te indicará la correcta». Me acordé del
ejercicio de las sombras y de la frase de Petrus. Al mismo tiempo, él decía
insistentemente que las Prácticas de RAM sólo tenían sentido si las pudiese
aplicar a los desafíos cotidianos. Incluso ante una situación absurda como
ésa, las Prácticas de RAM debían servir para algo.
«La solución equivocada te indicará la correcta». El camino imposible
era arrastrar la cruz a otro lugar porque no tenía fuerzas para esto. El
camino imposible era continuar cavando, llegar más hondo en ese suelo.
Entonces si el camino equivocado era llegar más hondo, el camino
posible era levantar el suelo, pero ¿cómo?
Y de repente todo mi amor por Petrus volvió: estaba en lo correcto; yo
podía elevar el suelo.
Comencé a juntar todas las piedras que había por allí y a colocarlas en
torno al agujero, mezclándolas con la tierra sacada.
Con gran esfuerzo, levanté un poco el pie de la cruz y lo calcé con
piedras de manera que quedara más alto. En media hora el suelo estaba más
alto y el hoyo era suficientemente profundo.
Ahora sólo restaba colocar la cruz dentro del agujero. Era el último
esfuerzo y tenía que lograrlo. Una de las manos había perdido la
sensibilidad y la otra estaba adolorida. Mis brazos estaban vendados, pero
tenía la espalda sana, sólo con algunos arañazos. Si me acostara bajo la cruz
y fuera levantándome poco a poco podría hacer que se deslizara dentro del
hoyo.
Me acosté en el suelo, sintiendo el polvo en la boca y en los ojos. La
mano insensible hizo un último esfuerzo, levantó la cruz un poco y me
coloqué debajo de ella. Con todo cuidado me acomodé para que el tronco
quedara en mi columna. Sentía su peso; era grande, más no imposible.