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—Te voy a ayudar a despertar el Entusiasmo, a generar la fuerza que se
extenderá como un globo azul alrededor del planeta, para demostrarte que
te respeto por tu búsqueda y por lo que eres.
Hasta ese momento, Petrus nunca había emitido ninguna opinión —ni
en favor ni en contra— sobre mi manera de realizar los ejercicios. Me había
ayudado a interpretar el primer contacto con el Mensajero, me había sacado
del trance en el Ejercicio de la Semilla, pero en ningún momento se interesó
por los resultados que yo había obtenido. Más de una vez le pregunté por
qué no quería que le contara sobre mis sensaciones, y me respondía que su
única obligación, como guía, era mostrarme el Camino y las Prácticas de
RAM. A mí me correspondía disfrutar o desdeñar los resultados.
Cuando dijo que participaría conmigo en el ejercicio, de repente me
sentí indigno de sus elogios. Conocía mis fallas, y muchas veces había
dudado de su capacidad de conducirme por el Camino. Quise decir todo
esto, pero me interrumpió antes de comenzar.
—No seas cruel contigo, o no habrás aprendido la lección que te enseñé.
Sé gentil. Acepta el elogio que mereces.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Petrus me tomó de las manos y
salimos de la ermita. La noche estaba oscura, más oscura que de costumbre.
Me senté a su lado y comenzamos a cantar. La música surgía dentro de mí y
él me acompañaba sin esfuerzo. Empecé a dar palmadas, bajito, y a
balancear mi cuerpo hacia delante y hacia atrás. Las palmadas fueron
aumentando en intensidad y la música fluía libre de dentro de mí, un
cántico de alabanza al cielo oscuro, a la planicie desértica, a las rocas sin
vida. Comencé a ver los Santos en que creía de niño y que la vida había
apartado de mí, porque también yo había matado una gran parte de Ágape.
Pero ahora el Amor que Devora volvía generoso y los santos sonreían en los
cielos, con el mismo rostro y la misma intensidad con que los veía de niño.
Abrí los brazos para que Ágape fluyese y una corriente misteriosa de
luz azul brillante empezó a entrar y salir de mí, purificando toda mi alma,
perdonando mis pecados. La luz se extendió, primero por el paisaje,