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La Tradición
—PREFERIRÍA haber levantado un árbol. Aquella cruz en la espalda me
dio la impresión de que el objetivo de la búsqueda de la sabiduría es ser
sacrificado por los hombres.
Miré en derredor y mis propias palabras sonaron carentes de sentido. El
episodio de la cruz era algo distante, como si hubiera sucedido hacía ya
mucho tiempo y no el día anterior. No combinaba de ninguna forma con la
tina de mármol negro, el agua tibia de la tina de hidromasaje y la copa de
cristal con un excelente vino de La Rioja que bebía lentamente. Petrus
estaba fuera de mi campo de visión, en el cuarto del lujoso hotel donde nos
habíamos hospedado.
—¿Por qué la cruz? —insistí.
—Fue muy difícil convencer a la gente de la recepción de que no eras
un mendigo —gritó él desde el cuarto.
Había cambiado de tema y sabía, por experiencia propia, que no servía
de nada insistir. Me levanté, me puse el pantalón y una camisa limpia; volví
a colocarme el vendaje en las heridas. Había retirado los esparadrapos con
sumo cuidado, esperando encontrar llagas, pero apenas se había roto la
costra, dejando salir un poco de sangre. Una nueva cicatriz se había
formado ya y me sentía recuperado y con ánimos.
Cenamos en el propio restaurante del hotel. Petrus pidió la especialidad
de la casa, una paella valenciana, que comimos en silencio, acompañados
tan sólo del sabroso vino de La Rioja. Cuando terminamos, me invitó a dar
un paseo.