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1. El peregrino de Compostela

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La Tradición

—PREFERIRÍA haber levantado un árbol. Aquella cruz en la espalda me

dio la impresión de que el objetivo de la búsqueda de la sabiduría es ser

sacrificado por los hombres.

Miré en derredor y mis propias palabras sonaron carentes de sentido. El

episodio de la cruz era algo distante, como si hubiera sucedido hacía ya

mucho tiempo y no el día anterior. No combinaba de ninguna forma con la

tina de mármol negro, el agua tibia de la tina de hidromasaje y la copa de

cristal con un excelente vino de La Rioja que bebía lentamente. Petrus

estaba fuera de mi campo de visión, en el cuarto del lujoso hotel donde nos

habíamos hospedado.

—¿Por qué la cruz? —insistí.

—Fue muy difícil convencer a la gente de la recepción de que no eras

un mendigo —gritó él desde el cuarto.

Había cambiado de tema y sabía, por experiencia propia, que no servía

de nada insistir. Me levanté, me puse el pantalón y una camisa limpia; volví

a colocarme el vendaje en las heridas. Había retirado los esparadrapos con

sumo cuidado, esperando encontrar llagas, pero apenas se había roto la

costra, dejando salir un poco de sangre. Una nueva cicatriz se había

formado ya y me sentía recuperado y con ánimos.

Cenamos en el propio restaurante del hotel. Petrus pidió la especialidad

de la casa, una paella valenciana, que comimos en silencio, acompañados

tan sólo del sabroso vino de La Rioja. Cuando terminamos, me invitó a dar

un paseo.

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