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valientemente.
Entonces recordé que Petrus le había preguntado al muchacho sobre el
relicario. En ese momento pensé que el niño había intentado engañarme,
pero, de cualquier forma, tenía que haber un relicario allí, escondido: un
demonio nunca hace promesas falsas.
—Si el niño no se acordó del relicario fue porque tu demonio personal
ya se había ido.
Y añadió sin pestañear:
—Es hora de llamarlo de nuevo. Lo vas a necesitar.
Estábamos sentados en el viejo puente en ruinas. Petrus juntó
cuidadosamente los restos de comida y guardó todo dentro de la bolsa de
papel que los monjes nos dieron. Frente a nosotros los trabajadores
comenzaban a llegar al campo para su labor, pero estaban tan lejos que no
podía oír lo que decían. El terreno estaba completamente ondulado y las
tierras cultivadas formaban misteriosos dibujos en el paisaje. Bajo nuestros
pies, la corriente de agua, casi muerta por la sequía, no hacía mucho ruido.
—Antes de salir al mundo, Cristo fue a conversar con su demonio
personal al desierto —dijo Petrus—. Aprendió lo que debía saber sobre el
hombre, pero no dejó que el demonio dictara las reglas del juego y así lo
venció.
—Cierta vez, un poeta dijo que ningún hombre era una isla. Para librar
el Buen Combate necesitamos ayuda. Necesitamos amigos, y cuando éstos
no están cerca debemos transformar la soledad en nuestra arma principal.
Todo lo que nos rodea tiene que ayudamos a dar los pasos necesarios rumbo
a nuestro objetivo. Todo tiene que ser una manifestación personal de nuestra
voluntad de vencer en el Buen Combate. Sin esto, sin advertir que
necesitamos de todos y de todo, seremos guerreros arrogantes y nuestra
arrogancia nos derrotará al final, porque vamos a tener tal seguridad en
nosotros mismos que no vamos a descubrir las trampas del campo de
batalla.