08.11.2021 Views

1. El peregrino de Compostela

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realidad de la vida. Matamos nuestros sueños porque tenemos miedo de

librar el Buen Combate.

La presión del dedo de Petrus en mi nuca se volvió más intensa. Tuve la

impresión de que la torre de la iglesia se transformaba: la silueta de la cruz

parecía un hombre con alas, un ángel. Parpadeé y la cruz volvió a ser lo que

era.

—El primer síntoma de que estamos matando nuestros sueños es la falta

de tiempo —continuó Petrus—. Las personas más ocupadas que conocí en

mi vida siempre tenían tiempo para todo. Las que no hacían nada siempre

estaban cansadas, no hacían ni el poco trabajo que debían realizar, y se

quejaban constantemente de que el día era demasiado corto. En realidad,

tenían miedo de librar el Buen Combate.

»El segundo síntoma de la muerte de nuestros sueños son nuestras

certezas. Porque no queremos ver la vida como una gran aventura para ser

vivida, comenzamos a creernos sabios, justos y correctos en lo poco que le

pedimos a la existencia. Miramos más allá de las murallas de nuestra

cotidianidad y oímos el ruido de las lanzas que se quiebran, el olor del

sudor y de la pólvora, las grandes caídas y las miradas sedientas de

conquista de los guerreros, pero nunca sentimos la alegría, la inmensa

alegría presente en el corazón de quien está luchando, porque para ellos no

importan ni la victoria ni la derrota, sólo librar el Buen Combate.

—Finalmente, el tercer síntoma de la muerte de nuestros sueños es la

paz. La vida se convierte en una tarde de domingo y ya no nos pide grandes

cosas, ni exige más de lo que queremos dar. Entonces creemos que somos

maduros, dejamos de lado las fantasías de la infancia y alcanzamos nuestra

realización personal y profesional. Nos sorprende cuando alguien de nuestra

edad dice que aún quiere esto o aquello de la vida. Pero en realidad, en lo

más íntimo de nuestro corazón, sabemos que lo que sucede es que

renunciamos a luchar por nuestros sueños, a librar el Buen Combate.

La torre de la iglesia no cesaba de transformarse y en su lugar parecía

surgir un ángel con las alas abiertas. Por más que parpadeara, la figura

seguía allí. Tuve ganas de decírselo a Petrus, pero sentí que aún no había

acabado.

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