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El campesino pidió que lo disculpáramos, dijo que se le hacía tarde y
que necesitaba volver al trabajo. A Petrus le pareció un buen pretexto para
levantarnos y continuar la caminata.
—Esto es hablar de balde —dijo mientras continuábamos por el campo
de olivos—. Dios está en todo lo que nos rodea y debe presentirse, vivirse,
y estoy aquí tratando de transformarlo en un problema de lógica para que tú
lo comprendas. Continúa haciendo el ejercicio de caminar despacio e irás
tomando conciencia, cada vez más, de su presencia.
Dos días después debimos subir un monte llamado Alto del Perdón. La
subida nos llevó varias horas y, cuando llegamos arriba, vi una escena que
me desagradó: un grupo de turistas, con la radio de los automóviles a todo
volumen, tomaban baños de sol y bebían cervezas. Habían aprovechado un
camino vecinal que llevaba hasta lo alto del monte.
—Así es esto —dijo Petrus ¿O acaso pensabas que encontrarías a uno
de los guerreros del Cid vigilando desde aquí arriba el próximo ataque de
los moros?
Mientras bajábamos, realicé por última vez el Ejercicio de la Velocidad.
Estábamos frente a otra planicie inmensa, flanqueada por montes azulados y
con una vegetación rastrera quemada por la sequía. Casi no había árboles,
tan sólo un terreno pedregoso con algunos espinos. Al finalizar el ejercicio,
Petrus me preguntó algo sobre mi trabajo y entonces me di cuenta de que
hacía mucho que no pensaba en eso. Mis preocupaciones por los negocios,
por lo que había dejado pendiente, habían prácticamente desaparecido. Sólo
las recordaba por la noche, y aun así no les concedía mucha importancia.
Estaba contento de estar allí, recorriendo el Camino de Santiago.
—En cualquier momento vas a superar a Felicia de Aquitania —bromeó
Petrus al comentarle lo que estaba sintiendo. Después, se detuvo y me pidió
que dejara la mochila en el suelo.
—Mira alrededor y fija la vista en un punto cualquiera —dijo.