08.11.2021 Views

1. El peregrino de Compostela

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

—Señor, usted no necesita esta pelota —dijo el muchacho, casi al borde

de las lágrimas—. Usted es fuerte, viajado y conoce el mundo. Yo sólo

conozco las márgenes de este río y mi único juguete es esta pelota.

¡Devuélvamela, por favor!

Las palabras del muchacho calaron hondo en mi corazón, pero el

ambiente extrañamente familiar, la sensación de que ya había leído o vivido

aquella situación hizo que resistiera una vez más.

—No, necesito esta pelota. Te daré dinero para que te compres otra, más

bonita; pero ésta es mía.

Cuando acabé de decir esto, el tiempo pareció detenerse. El paisaje en

torno mío se transformó, sin que Petrus estuviera presionando con el dedo

la base de mi nuca. Por un fracción de segundo, me pareció que habíamos

sido transportados a un largo y terrorífico desierto ceniciento. Allí no

estaban ni Petrus ni el otro muchachito, sólo yo y el niño frente a mí. Era

mayor, tenía facciones simpáticas y amigables, pero en sus ojos brillaba

algo que me daba miedo.

La visión no duró más de un segundo, al instante estaba de vuelta en

Puente la Reina, donde los diversos caminos de Santiago, procedentes de

varios puntos de Europa, se transformaban en uno solo. Frente a mí, un niño

pedía una pelota y tenía la mirada dulce y triste.

Petrus se acercó, tomó la pelota de mis manos y la devolvió al

muchacho.

—¿Dónde está el relicario escondido? —pregunté al niño.

—¿Cuál relicario? —respondió; tomó de la mano a su amigo, corrió

alejándose de nosotros y se tiró al agua.

Subimos de nuevo el barranco y finalmente cruzamos el puente.

Empecé a hacer preguntas sobre lo sucedido, hablé de la visión del desierto,

pero Petrus cambió el tema y dijo que conversaríamos sobre esto cuando

estuviéramos un poco lejos de allí.

Media hora más tarde llegamos a un tramo del camino que aún

conservaba vestigios del empedrado romano. Allí había otro puente, en

ruinas, y nos sentamos para tomar el desayuno que nos dieron los monjes:

pan de centeno, yogur y queso de cabra.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!