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ganas de desistir. Astrain me susurró de nuevo, pero algo diferente. Decía
que debía enfrentar siempre al mundo con las mismas armas con que era
desafiado y que sólo podía enfrentar a un perro transformándome en perro.
Ésta era la locura de la que me habló Petrus ese día. Y comencé a
sentirme un perro. Mostré los dientes y comencé a gruñir bajito, con el odio
fluyendo en los ruidos que hacía. Vi de reojo el rostro asustado del pastor y
a las ovejas, con tanto miedo de mí como del perro.
Legión se dio cuenta y comenzó a asustarse. Entonces di un salto. Era la
primera vez que hacía esto en todo el combate. Ataqué con los dientes y con
las uñas, intentando morder al perro en el cuello, exactamente como yo
temía que hiciera conmigo. Dentro de mí abrigaba apenas un deseo inmenso
de victoria. Nada más tenía importancia. Me arrojé sobre el perro y lo tiré al
suelo. Él luchaba por salir debajo del peso de mi cuerpo y sus uñas se
clavaban en mi piel, pero yo también mordía y arañaba. Me di cuenta de
que si se salía debajo de mí huiría una vez más, y yo quería que esto ya no
ocurriese nunca más. Hoy lo vencería, iba a derrotarlo.
El animal comenzó a mirarme con pavor. Ahora yo era un perro y él
parecía haberse transformado en hombre. Mi antiguo miedo estaba
operando en él y, con tanta fuerza, que consiguió zafarse, pero lo acorralé
de nuevo en el fondo de una de las casas abandonadas. Atrás de un pequeño
muro de pizarra estaba el precipicio y él ya no tenía escapatoria. Era un
hombre que en ese momento vería el rostro de su Muerte.
De repente empecé a darme cuenta de que algo andaba mal. Era
demasiado fuerte, mi pensamiento se estaba obnubilando, empecé a ver un
rostro de gitano e imágenes difusas en torno a su rostro. Me había
transformado en Legión, en eso consistía mi poder. Ellos abandonaron a
aquel pobre perro asustado, que en cualquier momento caería al abismo, y
ahora estaban en mí. Sentí un terrible deseo de despedazar al animal
indefenso. «Tú eres el Príncipe y ellos son Legión», murmuró Astrain; pero
yo no quería ser un príncipe, y escuché también, a lo lejos, la voz de mi