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1. El peregrino de Compostela

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Hasta ese momento no tenía ningún miedo y creí que se requeriría

mucha imaginación para despertar en mí los temores de una muerte

horrible, pero no importa cuántos años viva uno; cuando la noche llega, trae

consigo temores escondidos en nuestra alma desde la infancia. Mientras

más oscurecía, más incómodo me iba sintiendo.

Estaba allí, solo en el campo y, si gritara, nadie me escucharía. Recordé

que pude haber sufrido un colapso esa mañana.

En toda mi vida, nunca había sentido mi corazón tan descontrolado.

¿Y si hubiese muerto? La vida se habría acabado y era la conclusión

más lógica. Durante mi camino en la Tradición había conversado ya con

muchos espíritus. Tenía absoluta certeza de la vida después de la Muerte,

pero nunca se me había ocurrido preguntar cómo se daba esa transición.

Pasar de una dimensión a otra, por más preparado que uno esté, debe ser

terrible. Si hubiese muerto esa mañana, por ejemplo, no tendría el menor

sentido el Camino de Santiago, los años de estudio, la nostalgia por la

familia, el dinero escondido en mi cinto. Me acordé de una planta que tenía

sobre mi mesa de trabajo, en Brasil. La planta continuaría, como

continuarían las otras plantas, los camiones, el verdulero de la esquina que

siempre cobraba más caro, la telefonista que me informaba sobre los

números no incluidos en el directorio. Todas esas pequeñas cosas, que

podían desaparecer si hubiese tenido un colapso esa mañana cobraron de

repente una enorme importancia para mí. Eran ellas, y no las estrellas o la

sabiduría, las que me decían que estaba vivo.

Ahora la noche estaba muy oscura y en el horizonte podía distinguir el

débil brillo de la ciudad. Me acosté en el suelo y me quedé mirando las

ramas del árbol sobre mi cabeza. Empecé a oír ruidos extraños, ruidos de

toda clase. Eran los animales nocturnos que salían a cazar. Petrus no podía

saberlo todo, si era tan humano como yo. ¿Qué garantía podría tener de que

realmente no había serpientes venenosas? Y los lobos, los eternos lobos

europeos, ¿no podrían haber decidido pasear aquella noche por allí al sentir

mi olor? Un ruido más fuerte, semejante al de una rama quebrándose, me

asustó y mi corazón se aceleró de nuevo.

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