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—Se acabó —dijo—. Puedes irte con la bendición de la virgen de
Roncesvalles a Santiago de la Espada.
—La Ruta Jacobea está marcada con puntos amarillos, pintados por
toda España —dijo el padre, cuando volvíamos al lugar donde se quedó
Petrus—. Si en algún momento te perdieras, busca esas marcas —en los
árboles, en las piedras, en los señalamientos— y podrás encontrar un lugar
seguro.
—Tengo un buen guía.
—Pero procura contar principalmente contigo mismo, para no pasar seis
días yendo y viniendo por los Pirineos.
¡Quiere decir que el padre ya sabía la historia!
Llegamos donde estaba Petrus y nos despedimos. Salimos de
Roncesvalles en la mañana; la neblina ya había desaparecido por completo.
Un camino recto y plano se abría ante nosotros, y comencé a distinguir las
marcas amarillas de las que me había hablado el padre Jorge. La mochila
estaba un poco más pesada porque compré una garrafa de vino en la
taberna, a pesar de que Petrus me había dicho que no era necesario. A partir
de Roncesvalles habría centenas de pueblecitos a lo largo del camino y muy
pocas veces dormiría a la intemperie.
El padre Jorge me habló de la Segunda Venida de Cristo como si fuese
algo que estuviera ocurriendo ya.
—Y siempre está ocurriendo. Ése es el secreto de tu espada.
—Además, dijiste que me encontraría con un brujo y me encontré con
un cura. ¿Qué tiene que ver la magia con la Iglesia católica?
Petrus dijo sólo una palabra:
—Todo.