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1. El peregrino de Compostela

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respeto y él, tal vez adivinando mis preocupaciones, procuraba ser

simpático siempre que su constante mal humor se lo permitía.

Cierta mañana llegamos a un inmenso puente, totalmente

desproporcionado para el hilito de agua que corría debajo. Era domingo

muy temprano, y las tabernas y bares del pueblo cercano aún estaban

cerrados. Nos sentamos en el puente para desayunar.

—El hombre y la naturaleza tienen los mismos caprichos —dije,

intentando entablar una conversación—. Nosotros construimos bellos

puentes y ella se encarga de desviar el curso de los ríos.

—Es la sequía —dijo él—. Acaba pronto tu emparedado porque

tenemos que continuar.

Decidí preguntarle por qué tanta prisa.

—Ya te dije que llevo mucho tiempo en el Camino de Santiago. Dejé

muchas cosas por hacer en Italia; necesito volver pronto.

La frase no me convenció. Podía ser verdad, pero ése no era el único

motivo. Cuando iba a insistir en la respuesta, cambió de tema.

—¿Qué sabes de este puente?

—Nada —respondí—. Y aun con la explicación de la sequía es

demasiado desproporcionado. Incluso creo que el río desvió su curso.

—En cuanto a esto, no tengo idea —dijo—, pero en el Camino de

Santiago este puente es conocido como «El Paso Honroso». Estos campos

que nos rodean fueron escenario de sangrientas batallas entre suevos y

visigodos, y, más tarde, entre los soldados de Alfonso III y los moros. Tal

vez sea así de grande para que toda esa sangre pudiese correr sin inundar la

ciudad.

Fue un intento de humor negro. No me reí. Se quedó un poco

confundido, pero continuó:

—Sin embargo, no fueron las huestes visigodas ni los clamores

triunfantes de Alfonso III los que dieron el nombre a este puente, sino una

historia de amor y de muerte.

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