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brillantes.
—¿Vas a decir que estoy rompiendo un juramento de obediencia que
hice antes de comenzar el Camino?
—No estás rompiendo ese juramento. No tienes miedo ni pereza.
Tampoco debes haber pensado que estoy dándote una orden inútil. No
quieres subir porque debes estar pensando en los Magos Negros [13] . Usar su
poder de decisión no significa romper un juramento. Este poder no se le
niega nunca al peregrino.
Miré la cascada y volví a mirar a Petrus. Valoraba si había posibilidades
de subir y no encontraba ninguna.
—Pon atención —continuó—. Voy a subir antes que tú, sin utilizar
ningún don y voy a lograrlo. Si lo logro, simplemente porque supe dónde
colocar los pies, tendrás que hacer lo mismo. De esta manera anulo tu poder
de decisión. Si te rehusas, después de verme subir, es porque estás
rompiendo un juramento.
Petrus comenzó a quitarse los tenis. Era por lo menos diez años mayor
que yo y, si lograba subir, yo no tenía ninguna excusa. Miré la cascada y
sentí un frío en el vientre.
Pero no se movió. A pesar de haberse descalzado, continuó sentado en
el mismo lugar. Miró al cielo y dijo:
—A algunos kilómetros de aquí, en 1502 hubo una aparición de la
Virgen a un pastor. Hoy es su fiesta —la fiesta de la virgen del Camino— y
voy ofrecerle mi conquista a ella. Te aconsejo hacer lo mismo, ofrecerle una
conquista. No ofrezcas el dolor de tus pies ni las heridas de tus manos por
las piedras. El mundo entero ofrece sólo el dolor de sus penitencias. No hay
nada condenable en esto, pero creo que ella estaría feliz si, además de los
dolores, los hombres le ofreciesen también sus alegrías.
No estaba con ánimos de hablar. Continuaba dudando de la capacidad
de Petrus de subir la pared. Me pareció que todo aquello era una farsa y que
en realidad me estaba envolviendo con su manera de hablar, para después
obligarme a hacer lo que no quería. No obstante, por si acaso, cerré los ojos