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Petrus había encendido su horrible tabaco enrollado, pero a pesar del
aire de indiferencia, percibí que estaba atento a la historia del viejo.
—Entonces su hermano, el duque Guillermo, fue enviado por su padre
para llevarla de regreso, pero Felicia se rehusó. Desesperado, el duque la
apuñaló dentro de la pequeña ermita que se ve a lo lejos y que ella
construyó con sus propias manos, para cuidar de los pobres y alabar a Dios.
»Después de recapacitar y darse cuenta de lo que había hecho, el duque
fue a Roma a pedir perdón al papa. Éste, como penitencia, lo obligó a
peregrinar hasta Compostela; entonces ocurrió algo curioso: al volver, al
llegar aquí, sintió el mismo impulso y se quedó a vivir en la ermita que su
hermana había construido, cuidando a los pobres hasta los últimos días de
su larga vida.
—Ésa es la ley del retorno —se rió Petrus.
El campesino no entendió el comentario, pero yo sabía exactamente a
qué se refería. Mientras caminábamos, nos habíamos enfrascado en largas
discusiones teológicas sobre la relación de Dios con los hombres. Yo había
argumentado que en la Tradición existe siempre un vínculo con Dios, pero
el camino era completamente distinto del que estábamos siguiendo en la
Ruta Jacobea, con curas brujos, gitanos endemoniados y santos milagreros.
Todo eso me parecía muy primitivo, demasiado ligado al cristianismo y sin
la fascinación y el éxtasis que los Rituales de la Tradición eran capaces de
provocarme. Petrus siempre decía que el Camino de Santiago es un camino
por donde cualquiera puede pasar, y sólo un camino de este tipo puede
llevar hasta Dios.
»Crees que Dios existe y yo también lo creo —dijo Petrus—. Entonces,
Dios existe para nosotros, pero aunque alguien no crea en él, no deja de
existir, ni por eso la persona que no cree está equivocada.
—¿Entonces Dios está supeditado al deseo y al poder del hombre?
—Cierta vez tuve un amigo que vivía borracho, pero rezaba todas las
noches tres avemarías porque su mamá así lo había acostumbrado desde
pequeño. Aunque llegara a casa absolutamente borracho, aun cuando no
creyera en Dios, mi amigo siempre rezaba los tres avemarías. Cuando
murió, en un ritual de la Tradición pregunté al espíritu de los Antiguos