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1. El peregrino de Compostela

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Petrus había encendido su horrible tabaco enrollado, pero a pesar del

aire de indiferencia, percibí que estaba atento a la historia del viejo.

—Entonces su hermano, el duque Guillermo, fue enviado por su padre

para llevarla de regreso, pero Felicia se rehusó. Desesperado, el duque la

apuñaló dentro de la pequeña ermita que se ve a lo lejos y que ella

construyó con sus propias manos, para cuidar de los pobres y alabar a Dios.

»Después de recapacitar y darse cuenta de lo que había hecho, el duque

fue a Roma a pedir perdón al papa. Éste, como penitencia, lo obligó a

peregrinar hasta Compostela; entonces ocurrió algo curioso: al volver, al

llegar aquí, sintió el mismo impulso y se quedó a vivir en la ermita que su

hermana había construido, cuidando a los pobres hasta los últimos días de

su larga vida.

—Ésa es la ley del retorno —se rió Petrus.

El campesino no entendió el comentario, pero yo sabía exactamente a

qué se refería. Mientras caminábamos, nos habíamos enfrascado en largas

discusiones teológicas sobre la relación de Dios con los hombres. Yo había

argumentado que en la Tradición existe siempre un vínculo con Dios, pero

el camino era completamente distinto del que estábamos siguiendo en la

Ruta Jacobea, con curas brujos, gitanos endemoniados y santos milagreros.

Todo eso me parecía muy primitivo, demasiado ligado al cristianismo y sin

la fascinación y el éxtasis que los Rituales de la Tradición eran capaces de

provocarme. Petrus siempre decía que el Camino de Santiago es un camino

por donde cualquiera puede pasar, y sólo un camino de este tipo puede

llevar hasta Dios.

»Crees que Dios existe y yo también lo creo —dijo Petrus—. Entonces,

Dios existe para nosotros, pero aunque alguien no crea en él, no deja de

existir, ni por eso la persona que no cree está equivocada.

—¿Entonces Dios está supeditado al deseo y al poder del hombre?

—Cierta vez tuve un amigo que vivía borracho, pero rezaba todas las

noches tres avemarías porque su mamá así lo había acostumbrado desde

pequeño. Aunque llegara a casa absolutamente borracho, aun cuando no

creyera en Dios, mi amigo siempre rezaba los tres avemarías. Cuando

murió, en un ritual de la Tradición pregunté al espíritu de los Antiguos

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