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—Los casos de obsesión se presentan cuando las personas pierden el
dominio de las fuerzas de la tierra. La maldición del gitano sembró el miedo
en aquella mujer y el miedo abrió una brecha por donde penetró el
Mensajero del muerto. Éste no es un caso común, pero tampoco raro.
Depende mucho de cómo reacciones ante las amenazas de los otros.
Esta vez fui yo quien recordó un pasaje de la Biblia. En el Libro de Job
estaba escrito: «Todo lo que más temía me sucedió».
—Una amenaza no puede provocar nada, si no es aceptada. Al librar el
Buen Combate, nunca te olvides de esto, como tampoco debes olvidar que
atacar o huir son parte de la lucha. Lo que no forma parte de la lucha es
quedarse paralizado de miedo.
Yo no sentí miedo en ese momento. Estaba sorprendido conmigo mismo
y comenté el asunto con Petrus.
—Lo percibí. De no haber sido así, el perro te habría atacado y casi con
toda certeza habría vencido en el combate, porque el perro no tenía miedo.
Sin embargo, lo más curioso fue la llegada de aquella monja. Al presentir
una presencia positiva, tu fértil imaginación creyó que alguien había llegado
para ayudarte. Es tu fe la que te salvó, aun basada en un hecho
absolutamente falso.
Petrus tenía razón. Soltó una sonora carcajada y reí junto con él. Nos
levantamos para proseguir el camino. Ya me estaba sintiendo ligero y bien
dispuesto.
—Sin embargo, es necesario que sepas algo —dijo mientras
caminábamos—: El duelo con el perro sólo podrá acabar con la victoria de
uno de los dos. Volverá a aparecerse y la próxima vez procura llevar la
lucha hasta el final. Si no, el fantasma del perro te preocupará por el resto
de tus días.
En el encuentro con el gitano, Petrus me había dicho que conocía el
nombre de ese demonio, le pregunté cuál era.
—Legión —respondió—, porque son muchos.