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1. El peregrino de Compostela

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A fin de cuentas, pensé, ¿cuántos hombres en este mundo podían tomar

en serio a alguien que deja todo para buscar una espada? Y ¿qué significado

podría tener verdaderamente en mi vida el hecho de no lograr encontrarla?

Había aprendido las Prácticas de RAM, conocido mi Mensajero, luchado

con el perro y mirado mi propia Muerte, repetía una vez más, intentando

convencerme de cuán importante era para mí el camino de Santiago. La

espada era sólo una consecuencia. Me gustaría encontrarla, pero más me

gustaría saber qué hacer con ella, porque necesitaba utilizarla de algún

modo práctico, como había utilizado los ejercicios que Petrus me enseñara.

Me detuve de repente. El pensamiento, hasta entonces sumergido,

estalló. Todo en derredor quedó claro y una ola incontrolable de Ágape

brotó de dentro de mí. Deseé con todas mis fuerzas que Petrus estuviese

allí, para que pudiese contarle lo que quería saber de mí, lo único que en

verdad esperaba que descubriese y que coronaba todo ese enorme tiempo de

enseñanzas por el Extraño Camino de Santiago: el secreto de mi espada.

Y el secreto de mi espada, como el secreto de cualquier conquista que el

hombre busca en esta vida, era el más sencillo del mundo: qué hacer con

ella.

Jamás había pensado en esos términos. Durante el Extraño Camino de

Santiago, todo lo que quería saber era dónde estaba escondida mi espada.

No me pregunté por qué deseaba encontrarla y para qué la necesitaba.

Estaba con toda mi energía vuelta hacia la recompensa, sin entender que

cuando alguien desea algo, debe tener una finalidad muy clara para lo que

quiere.

Éste es el único motivo para buscarse una recompensa y éste era el

secreto de mi espada.

Petrus necesitaba saber que yo había descubierto eso, pero estaba seguro

de que no volvería a verlo más. Él había esperado tanto ese día y no lo

había visto.

Entonces, me arrodillé en silencio, arranqué una hoja de mi cuaderno de

anotaciones y escribí lo que pretendía hacer con mi espada. Después doblé

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