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vasos más de vino y tomé un plato de bocadillos; Petrus descubrió una mesa
donde podíamos sentamos junto a los otros invitados.
Los novios cortaron un inmenso pastel y se dejaron oír más vitoreos.
—Parecen amarse —pensé en voz alta.
—Claro que se aman —dijo un señor de traje oscuro que estaba sentado
en la mesa. ¿Acaso ha visto a alguien casarse por otro motivo?
Me guardé la respuesta, recordando lo que Petrus había dicho sobre el
vendedor de palomitas, pero mi guía no desaprovechó la ocasión.
—¿A qué tipo de amor se refiere usted: Eros, Filos o Ágape?
El señor lo miró sin entender nada. Petrus se levantó, llenó de nuevo su
vaso y me pidió que paseáramos un poco.
—Hay tres palabras griegas para designar el amor —comenzó diciendo
—. Hoy estás viendo la manifestación de Eros, el sentimiento entre dos
personas.
Los novios sonreían para las fotos y recibían felicitaciones.
—Parece que ambos se aman —dijo, refiriéndose a la pareja—. Y creen
que el amor es algo que crece. Dentro de poco estarán luchando solos por la
vida, establecerán una casa y participarán de la misma aventura. Esto
engrandece y vuelve digno el amor. Él seguirá su carrera en el ejército; ella
debe saber cocinar y ser una excelente ama de casa, porque fue educada
desde niña para eso. Lo acompañará, tendrán hijos y si sintieran que están
construyendo alguna cosa juntos es porque están en la lucha del Buen
Combate. Entonces, a pesar de todos los tropiezos, jamás dejarán de ser
felices.
»Sin embargo, esta historia que estoy contándote puede suceder al
revés. Él puede comenzar a sentir que no es lo suficientemente libre para
manifestar todo el Eros, todo el amor que siente por otras mujeres. Ella
puede comenzar a sentir que sacrificó una carrera y una vida brillante por
acompañar al marido. Y entonces, en lugar de la creación conjunta, cada
uno se sentirá lastimado en su amor. Eros, el espíritu que los une,
comenzará a mostrar sólo su lado malo, y aquello que Dios había destinado