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Paulo Freire

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econocerse como sujetos creativos capaces de transformar aquello que los cerca,<br />

estando en condiciones de presentar nuevas ideas o de manifestar prácticas<br />

culturales diferentes de aquellas a las cuales están sometidos.<br />

Impedidos de participar activamente de los acontecimientos, se insieren<br />

apenas en lo ya vivido o en aquello que, siendo diferente de lo ya vivido por ellos,<br />

les es presentado como algo listo y acabado, sin posibilidad de su interferencia,<br />

cualquiera que sea. Habiendo sido negados de comprender y de participar de<br />

acciones transformadoras, ellos creen ser “naturalmente” inferiores a la clase<br />

dominante, siendo ese uno de los mitos impuestos a ellos por la cultura de esa<br />

clase. De esa manera se encuentran inscritos en una cultura del silencio, pero en su<br />

condición de humanos están ontológicamente expuestos a la ambigüedad de al<br />

ser menos, aspirar a Ser Más. Esto porque esa es la vocación de todo ser humano,<br />

de la cual él no puede huir, incluso si está alejado de ella, o si se encuentra sin las<br />

condiciones necesarias de reconocer su identidad cultural de la clase dominada.<br />

Si tuviera conciencia de ese estado de estar siendo menos humano, o sea, de<br />

estar siendo deshumanizado, podría intentar pronunciar el mundo mediante<br />

“su organización revolucionaria para la abolición de las estructuras de opresión”<br />

(FREIRE, 1979, p. 50).<br />

Por lo tanto, la cultura del silencio es generada en estructuras opresoras en<br />

las cuales los hombres y mujeres se someten a fuerzas condicionantes que los<br />

llevan a sentirse como “casi cosas”, colocados como están en estructuras que<br />

los sumergen y diluyen en el tiempo, muchas veces viviendo y sintiéndose muy<br />

próximos a los animales y a los árboles, en la zona rural, o a las piedras, calles o<br />

plazas en los centros urbanos, disputando con los animales algo para comer, en<br />

los basureros. Esa manera de vivir sucede por la “adherencia a la realidad en la que<br />

se encuentran, sobre todo los oprimidos” (FREIRE, 1980, p. 205). Los hombres<br />

y mujeres sometidos a una acomodación, a una masificación que proviene de<br />

las formas como las élites domestican, mediante condiciones anti dialógicas.<br />

Por la manipulación van “anestesiando” a los individuos, impidiéndolos de<br />

concientizarse de las situaciones opresoras vividas, silenciando voces y gestos, y<br />

con ello, facilitando la dominación, resultado de acciones culturales políticamente<br />

engendradas y que producen esa cultura del silencio.<br />

Ella llega a todo y a todos los que, formando parte de las clases dominadas,<br />

van aprendiendo desde la infancia a no decir su palabra. De la familia al trabajo,<br />

pasando por el largo período disciplinador en la escuela, van siendo sometidos<br />

a una educación bancaria y a prácticas de domesticación. De esa forma va<br />

siendo instituido un silencio que indica mutismo frente a la opresión, pero<br />

no implica necesariamente, no saber. Para romper con esa cultura del silencio,<br />

y las condiciones que la construyen, es necesario desarrollar y fortalecer una<br />

educación problematizadora o liberadora.<br />

<strong>Paulo</strong> <strong>Freire</strong> mantuvo varias interlocuciones con otros autores sobre<br />

la cultura del silencio. Con Ira Shor, <strong>Freire</strong> (1987) examinó cómo hay una<br />

cultura del silencio tanto en los Estados Unidos como en Brasil, a pesar de<br />

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