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Paulo Freire

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Lo que la humildad no puede exigir de mí es mi sumisión a la arrogancia<br />

y al desatino de quien me irrespeta. Lo que exige de mí la humildad,<br />

cuando no puedo reaccionar a la altura del desafío, es enfrentarlo con<br />

dignidad. La dignidad de mi silencio y de mi mirada que transmiten<br />

mi protesta posible. (FREIRE, 1996, pp. 121-122)<br />

Ese silencio es invadido violentamente por las evaluaciones obligatorias y<br />

universales dirigidas por los sistemas.<br />

Los sistemas de evaluación pedagógica de alumnos y de profesores<br />

vienen asumiéndose cada vez más como discursos verticales, de arriba<br />

para abajo, pero que insisten en pasar por democráticos. La cuestión<br />

que se coloca para nosotros como profesores y alumnos críticos y<br />

amorosos de la libertad, no es naturalmente, ubicarse en una posición<br />

contraria a la evaluación, por cierto necesaria, sino resistir a los métodos<br />

silenciadores con los que ella a veces viene siendo realizada. La cuestión<br />

que se coloca no es luchar a favor de la comprensión y de la práctica<br />

de evaluación como instrumento de apreciación del quehacer de los<br />

sujetos críticos a servicio, por ello mismo, de la liberación y no de la<br />

domesticación. La evaluación en la que se estimule a hablar a como el<br />

camino a hablar con.<br />

En el proceso del hablar y del escuchar, la disciplina del silencio debe<br />

ser asumida con rigor y a tiempo, por parte de los sujetos que hablan<br />

y que escuchan. Es un “sine qua non” de la comunicación dialógica.<br />

(FREIRE, 1996, p. 116)<br />

Además, grandes obras de la humanidad en el campo de la literatura, del arte y<br />

de la cultura fueron realizadas en el silencio de sus autores y/o en la soledad de la vejez,<br />

así como grandes tragedias humanas fueron realizadas en el confinamiento trágico<br />

de silencios criminales: celdas solitarias de las prisiones, campos de concentración,<br />

exilios, censuras, retiros (incluso religiosos), monasterios, conventos y manicomios.<br />

El silencio puede y debe ser la matriz del pensamiento y de la creación y no su<br />

ausencia o negación. Vivimos la era de la comunicación y de la información, nunca<br />

antes vividas por la humanidad y por eso mismo vivimos el riesgo de la ausencia o<br />

falta de autonomía del pensamiento original, de la autoría, del pensamiento propio<br />

que nace de la experiencia del silencio interior.<br />

Del silencio forzado, impuesto, puede nacer el momento en que “los niños<br />

dicen: ¡basta!” (TONUCCI, 2005). La soledad, el silencio solo tienen sentido si se<br />

parte de la comunión y vuelve a la comunión para decir su palabra con los otros<br />

y con el mundo. En A sombra desta mangueira, <strong>Freire</strong> dice en su sabiduría de viejo<br />

cariñoso:<br />

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