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Paulo Freire

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puede significar prometerse consigo y con el otro. Tarea difícil que desafía una<br />

solidaridad de clase y la humildad no como sumisión sino como posibilidad de<br />

que la verdad pueda también estar con el otro, en un enmarañado que envuelve<br />

respeto como una categoría del acogimiento de las diferencias, no solo como<br />

una categoría cultural, a pesar de que también lo es, sino que su esencia se<br />

constituye como categoría de contenido ético. Para <strong>Freire</strong> (1987): “el amor es<br />

un acto de valentía, (…) el acto de amor consiste en comprometerse con su<br />

causa. La causa de su liberación. Pero este compromiso, por ser amoroso es<br />

dialógico”. En la comprensión de estas concepciones y sentimientos se tiene la<br />

importancia del lenguaje (BARTHES, 1987) en su corporeidad de sentidos más<br />

allá de los códigos lingüísticos.<br />

Streck (2007, p. 19) trae las palabras de José Martí: “La educación debe<br />

ir a donde va la vida, y afirma a continuación que: Si la educación necesita ir<br />

donde va la vida ella debe en primer lugar ir donde se encuentran las personas”.<br />

Amorosidad, en la visión de <strong>Freire</strong>, es vida, vida con personas, es cualidad que<br />

se convierte en substancia a lo largo de su obra y de su vida. Condición asentada<br />

en la centralidad de la posibilidad dialógica, que exige amor y confianza, en que<br />

el diálogo nunca está terminado, es siempre un camino (FREIRE, 1987) por<br />

donde los hombres y mujeres toman conciencia de sí en relación a los otros y<br />

con el mundo de la naturaleza y la cultura, de la mediación por el trabajo con el<br />

conocimiento y con la VIDA por el diálogo como potencialidad de existencia del<br />

ser humano. En la centralidad de esa amorosidad, la dialogicidad es un concepto<br />

fundacional de la teoría pedagógica freiriana que se convierte en antropológica,<br />

porque es una teoría generada en la lucha por la liberación de los seres humanos<br />

oprimidos en una sustentación ética que transpone los límites de las subjetividades<br />

y se transforma en la ética construida en las intersubjetividades del cotidiano<br />

vivido y por vivir. Ética que se basa en la concreción de las luchas con esperanza,<br />

sin ira, sin odiosidad, sino contaminada de indignación. Es por eso que ella nunca<br />

debe estar separada de la estética. “Decencia y belleza de manos dadas” (FREIRE,<br />

1997, p. 32).<br />

En Pedagogia do oprimido (1987, p. 79), <strong>Freire</strong> dice que “la conquista implícita<br />

en el diálogo es la del mundo por parte de los sujetos dialógicos, no la de uno<br />

por el otro. Conquista del mundo a través de la liberación de los hombres. Sin<br />

embargo, no hay diálogo si no hay un profundo amor al mundo y a los hombres”.<br />

Condición que explicita en Pedagogia da esperança (1992), en la cual revisa la<br />

Pedagogia do oprimido para profundizar un diálogo iniciado en un tiempo-espacio<br />

de la dictadura militar, y reafirma la importancia del diálogo en la educación de<br />

la esperanza, de forma que refuerza su vocación ontológica y la fragmentación del<br />

ser humano con la posibilidad histórica de hacer de esa esperanza un sueño posible<br />

(FREIRE, 1982). En el diálogo que establece por dentro de su obra y de su vida,<br />

<strong>Freire</strong> vive el movimiento dialéctico de la vida, rehaciendo caminos, educando<br />

en la esperanza, con amorosidad y sin paternalismo, y la sentimentalidad apunta<br />

dialógicamente un camino en que es posible soñar amorosamente. <strong>Freire</strong> enseñó<br />

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