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Paulo Freire

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1984, p. 43). Nuestra humanización y la del mundo constituyen el desafío<br />

mayor de nuestras existencias, hacia lo que se espera que se orienten los<br />

esfuerzos educativos.<br />

El mundo humano, como expresión propia de las relaciones que vamos<br />

creando con la naturaleza, con los otros y con nosotros mismos, puede ser<br />

considerado como resultado de procesos de aprendizaje que se expresan bajo<br />

la forma de conocimiento. Él tiene el sentido de una construcción colectiva<br />

e histórica, en perspectiva de continuidad y de renovación. Su constante<br />

reconstrucción se da de forma pedagógica, a través de procesos de aprendizaje<br />

que suceden en la interacción con los otros, nuestros coetáneos y con aquellos que<br />

nos precedieron en el tiempo y en la cultura.<br />

Ese proceso pedagógico, de aprender para la manutención y renovación<br />

del conocimiento, se viabiliza por medio de la capacidad comunicativa, o por<br />

el diálogo, como propone <strong>Paulo</strong> <strong>Freire</strong>. Incluso si no construyó propiamente<br />

una filosofía del lenguaje, <strong>Freire</strong> apunta en buena medida, al papel del lenguaje<br />

en la producción de la vida humana. Nosotros nos convertimos en humanos<br />

propiamente, a través de la educación. Y la educación opera bajo la forma de<br />

lenguaje situado, constituyéndonos.<br />

Se puede decir que la educación consiste en el esfuerzo de establecer una<br />

continuidad entre una generación y otra, pero que nunca es una pura y simple<br />

continuidad. La continuidad se da bajo la forma de sentidos y creencias que asumen<br />

las nuevas generaciones, pero que siempre rearticulan de una forma nueva, lo que<br />

implica siempre reconstrucción, elaboración de sentidos en perspectiva propia.<br />

Y el diálogo tiene un papel fundamental en ese proceso de continuidad y de<br />

reconstrucción, exactamente porque, como insiste <strong>Freire</strong>, él no opera en términos<br />

de transmisión, como si fuera un mecanismo que permitiese pasar algo de uno<br />

para otro. Como forma de realización de la educación, el diálogo opera bajo la<br />

forma de instigación mutua, permitiendo que unos se recreen frente a otros.<br />

Hablando de forma rigurosa, el aprender, o la convicción de que podemos<br />

tener algo como un saber o un conocimiento, ya aparece como resultado de una<br />

interacción (comunicativa) con los otros. Y es precisamente debido a que sucede<br />

algo nuevo en la comunicación humana, que no apenas nos adaptamos al entorno,<br />

sino que interactuamos con él, transformándolo y acrecentándole algo. El mundo<br />

humano por tanto, surge de esa posibilidad de creación, de innovación, en fin, de<br />

actos cognoscentes que somos capaces frente a la naturaleza, en el convivio con<br />

los otros y en relación con nosotros mismos.<br />

Es de la condición inacabada del hombre que surge su “ímpetu creador”,<br />

convirtiéndolo en ser que conoce (FREIRE, 1989, p. 32). Por eso el<br />

conocimiento no puede confundirse con algo que pasa o se recibe, como un<br />

bien de consumo o de intercambio. Él demanda una “búsqueda constante”<br />

e “implica la invención y reinvención” (FREIRE, 1985, p. 27). Adquirir<br />

conocimiento significa construir percepciones, elaborar otros sentidos, situarse<br />

de una manera nueva frente a las cosas y a los otros. En otros términos, conocer<br />

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