MEMORIAS DE LA EMIGRACIÓN ESPAÑOLA A AMÉRICA | [ 1 ]
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uruguAy<br />
América era algo muy doloroso porque temían no volver a verlos más y que la fortuna<br />
no les fuera tan favorable como este entusiasta vizcaíno imaginaba. Fue una despedida<br />
amarga, llena de reproches, en la que todos hicieron el duelo.<br />
No, la despedida se produjo en Pamplona y fue “cortante”... Fue una escena a los llantos y<br />
a los gritos pelados. Desde allí nos fuimos solos. De Pamplona fuimos a Vigo en ferrocarril porque<br />
teníamos pase libre, que ese era uno de los beneficios para la familia que le correspondía a mi<br />
abuelo por ser empleado de RENFE.<br />
“Habrá indios? ¿Habrá negros? No sé, me dijeron...”<br />
Llegaron con poco equipaje aunque Ángel reconoce aún algunas cosas que siguen<br />
estando en casa de su padre: juegos de loza, la mantelería y algunas sábanas, pero nada de<br />
valor. Eran gente práctica y trataron de trasladarse con el menor peso posible aunque no<br />
renunciaron a los chorizos y las morcillas para hacer más llevadero el largo viaje.<br />
Sus padres encontraron trabajo y alojamiento con los tíos que habían costeado<br />
los pasajes. Su madre, como trabajadora doméstica dentro de la propia casa en la que<br />
les habían recogido y su padre como encargado de una de las churrerías que tenía el tío<br />
Manolo. No era una situación agradable, pero era el precio a pagar por la aventura.<br />
Cuando consiguieron emanciparse de estos parientes pasaron a vivir en un<br />
apartamento alquilado que a duras penas podían pagar con los trabajos a destajo que<br />
buscaba su padre:<br />
(...) Pero acá le decían: “No, gallego, acá no hay que trabajar tanto porque acá se hacen<br />
ocho piezas por día, no quince”. Y él insistía que quería hacer más para ganar más, pero los otros<br />
le decían que había que respetar el ritmo. Eso lo hizo sentir mal y entonces buscó sus propios<br />
lugares. Finalmente encontró un trabajo propio, pero eso tampoco le funcionó y se dio cuenta<br />
que el país estaba bien para comerciar, siempre que uno fuera el dueño y no el empleado. Ahí le<br />
compró a Manolo una de esas churrerías: le pagó el viaje, las deudas y la churrería y en 1970<br />
compró su propia vivienda.<br />
A diferencia de otros parientes que pusieron a sus hijos a trabajar como vendedores,<br />
su padre quiso que Ángel estudiara. Como no estaba en condiciones de pagarle los estudios<br />
en el colegio de los jesuitas, –el mejor colegio de la ciudad– consiguió una beca. A pesar<br />
de que los compañeros de colegio tenían un nivel económico superior, pronto se sintió<br />
integrado y todavía hoy conserva aquellos amigos –compañeros de vida– que siguen<br />
reuniéndose en torno a una buena mesa el 31 de julio, día de San Ignacio de Loyola.<br />
Fuera del colegio, las cosas no fueron tan fáciles y Ángel conoció el desprecio a los<br />
“gallegos”: En mi caso yo percibía que era algo peyorativo y que detrás de eso significaban “Sós<br />
un gallego, ustedes vinieron a matar el hambre”. Y sentía que esas cosas me las decían a mí y a<br />
mis padres.<br />
El duro trabajo de sus padres le permitió, como hijo único, tener una etapa de<br />
niñez y adolescencia muy feliz a la que contribuyeron los propios profesores y alumnos del<br />
<strong>MEMORIAS</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>EMIGRACIÓN</strong> ESPAÑO<strong>LA</strong> A <strong>AMÉRICA</strong> | [ 193 ]