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Contribuciones a la Historia del Arte en Ecuador. Volumen I<br />

a espejos, como en el sagrario y hoy, rotos y desaparecidos ellos, se destacan miserablemente sobre<br />

el fondo de papel de relumbrón dorado. En el centro del arco se conserva todavía un Espíritu Santo<br />

de madera en medio de rayos de espejos.<br />

Flanquean este arco dos columnas salomónicas por lado, que sostienen un entablamento tan<br />

profusamente decorado, que la vista lo distingue con dificultad. Sobre ese entablamento se eleva el<br />

cuerpo alto del retablo, que es su mejor parte, ya por la forma amplia de sus líneas, y por la claridad<br />

y finura del detalle. La composición de este segundo cuerpo es magníficamente bien resuelta. Ocupa<br />

su centro un Padre Eterno y corona el primoroso encaje con que termina el último arco del retablo un<br />

escudo de dos corazones en medio de rayos.<br />

Llama la atención que tan retablo, que fue adornado profusamente con espejos de diversas clases,<br />

apenas conserve los del sagrario. Antes se contaban por una parte 31, y por otra uno «grande al medio<br />

llamado morado, ocho brillantes, dos lucernas, dos pilares con seis espejos cada uno, seis largos,<br />

dos chureados, cuatro en forma de tocadores, dos chicos cuadrados y des medianos» . Parece que<br />

esa ausencia obedeciera a consigna; como que hasta el frontal de cinco espejos con sobre frontal de<br />

madera dorada con cinco láminas, que tenía la mesa del altar para las grandes fiestas, no existe.<br />

En los costados del altar mayor hay unas hornacinas: dos grandes bajas para las estatuas de San<br />

Pedro de Alcántara y San Pedro, apóstol; dos pequeñas encima para unas estatuillas de San Basilio<br />

y San Pedro mártir. Junto a las columnas salomónicas hay también dos nichos de cada lado, para dar<br />

cabida a cuatro ángeles: dos grandes con alas y guirnaldas de madera y dos pequeños. Estos ángeles<br />

no son los únicos que decoran el retablo: en todo él están distribuidos algunos otros y concurren a<br />

su belleza.<br />

La mesa del altar luce un antipendium tallado y dorado de la misma manera que el retablo,<br />

no tiene sus paredes rectas, sino siguiendo el estilo del conjunto, ofrece más bien la forma de una<br />

enorme ménsula. A sus lados y decorando la mesa que sostiene el retablo, se encuentran dos cuadros<br />

curiosísimos en sus respectivas molduras doradas y que forman parte de toda una colección de ocho,<br />

de la que no han quedado sino seis: estos dos fiel altar mayor y cuatro que están era la sacristía. En la<br />

mesa del retablo habían cuatro; pero dos han desaparecido, no existen sino las molduras vacías. Estos<br />

cuadros sobre cartón, son curiosos por la graciosa y extraña combinación con que se han representado<br />

sus escenas. Todo lo que es carne se ha ejecutado al óleo y todo lo que son fondos y vestidos, se<br />

han representado por medio de hilos de seda, de diversos colores. No hay que suponer que con los<br />

hilos de seda se ha bordado sobre la tela; aquello tuviera poca gracia. Se les ha pegado con cola<br />

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