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Contribuciones a la Historia del Arte en Ecuador. Volumen I<br />

A este se sube por dos escaleras, que se encuentran: la una, al lado derecho de la entrada principal,<br />

y la otra, al frente, en el corredor que dirige al segundo patio y al refectorio. Ambas son de piedra,<br />

cómodas, muy bien trazadas y hasta elegantes en medio de su sencillez. Aquella tiene hoy su pasamano<br />

de madera, en vez del primitivo de piedra labrada, que se halla en pedazos, en el patio interior de<br />

la cocina, sirviendo de pilares sobre que descansa el techo de sus corredores, caídos en el terremoto<br />

de 1868. Los corredores altos son angostos, tienen su techo bajo y se hallan iluminados con uno que<br />

otro tragaluz que producen la indispensable claridad durante el día, sin dañar el ambiente austero de<br />

santidad y recogimiento que rodea a este lugar. A un lado y otro de los corredores están las celdas de<br />

los antiguos frailes, pequeños cuartos blanqueados con cal, en alguno de los cuales aún se muestra el<br />

lecho de madera con tejido de cuero, que cubierto de estera miserable, les servía de descanso, ya de<br />

noche, ya en las horas de silencio. Algunas de esas celdas tienen una sola ventana alta en el techo, con<br />

una puerta que funciona mediante un curioso sistema de cuerdas y poleas; otras tienen dos ventanas<br />

en una de las paredes; una de setenta y otra de cuarenta centímetros en cuadro. Las puertas de entrada<br />

son de una sola hoja y sus marcos eran antes forrados de cuero para apagar el sonido si la puerta se<br />

cerrara alguna vez sin cuidado, o precipitada y bruscamente.<br />

Tanto los corredores altos como los bajos son enladrillados, advirtiéndose en los últimos, una que<br />

otra piedra tumbal, sacadas sin duda alguna de la iglesia, cuando esta fue entablada y que llevan fechas<br />

remotas de los siglos XVII y XVIII. Las paredes ostentan algunos cuadros, casi todos despojados<br />

de sus antiguas molduras y que debieron de ser preciosas y ricas, a juzgar por las que aún quedan.<br />

Estos cuadros representan diversos asuntos religiosos: unos son simbólicos o alegóricos; otros figuran<br />

a San Francisco o algún otro santo; otros, en fin, las escenas de la Pasión de Cristo. Estos últimos<br />

constituyen toda una colección y son de regular tamaño. Creemos poder asegurar que están muy<br />

retocados y que fueron ejecutados por mano inteligente de algún verdadero artista. Lo demuestra uno<br />

que otro detalle escapado de la mano asesina del retocados, como un manto amarillo que viste la<br />

Magdalena de la Crucifixión en el cuadro que se halla al frente de la grada, junto a la portería, entre<br />

el primero y el segundo claustro bajo. Es también magnífica tela la que está en el ángulo derecho<br />

de este mismo claustro, en el corredor que conduce al refectorio: en ella se ha representado a Cristo<br />

que sale del sepulcro en momentos en que tres sacerdotes celebran solemnemente los divinos oficios.<br />

Pintada con larga pincelada, y preciso dibujo, es, indudablemente de un gran maestro.¿Será de Miguel<br />

de Santiago? Tentados estamos a creerlo. Pero sea de quien fuere, es lo cierto que es una gran pintura<br />

y una positiva joya del convento de San Diego junto a la entrada cae la iglesia hay un San Francisco,<br />

con la capucha calada y una calavera en las manos, verdaderamente impresionante y en el segundo<br />

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