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Contribuciones a la Historia del Arte en Ecuador. Volumen I<br />
Además podemos considerarlos como auténticos y de la época, con sólo tener en cuenta la fecha en<br />
que vivió Miguel de Santiago, aquella en que vivieron los personajes retratados y la época en que<br />
se concluyó la portería. Del artista tenemos una fecha segura, aquella en la cual acabó de pintar los<br />
cuadros del claustro bajo de San Agustín, 1656 41 . Fray Domingo de Brieva murió el 18 de junio de<br />
1661. Fray Pedro Pecador, si bien no se sabe con precisión la fecha de su muerte, es más que probable<br />
que si sobrevivió a su compañero, no le sobrevivía mucho tiempo, ya que el aspecto de los dos en los<br />
retratos es semejante. La portería se terminó, como sabemos, el 4 de octubre de 1605. Según estos<br />
datos, vemos que Miguel de Santiago es perfectamente contemporáneo de los retratados a quienes<br />
pudo conocerlos. Esto no quiere decir que aquellos legos hubieren posado delante del pintor para esos<br />
retratos, ya que confesamos que esos retratos no pudieron hacerse sino después de su muerte, es decir<br />
después del año 1661; de modo que bien pueden ser hechos de memoria por un hombre que los conoció<br />
y como pintor que ejecutó algunas otras obras en el convento, aún pudo hacer sus apuntes ligeros de<br />
las fisonomías que eran las de dos célebres religiosos que exploraron el oriente ecuatoriano. Otro tanto<br />
podemos decir de los demás retratos que allí existen; pues, fray Antonio Valladares, fray Francisco<br />
Navarro son contemporáneos de los anteriores y fray Pedro de la Concepción murió el 19 de agosto<br />
de 1624. Fray Antonio Rodríguez fue el compañero del padre Niza con quien vino al Perú, de donde<br />
pasó a Quito con fray Jodoco Ricke. No hay que confundir este fray Antonio Rodríguez con otro del<br />
mismo nombre y apellido que floreció a mediados del siglo XVII, casi un siglo después del primero;<br />
pues el retratado de la portería franciscana fue portugués, simple portero del convento de Quito, en<br />
el cual vivió 30 años sin conocer las calles de la ciudad, el otro fue quiteño y arquitecto distinguido<br />
que construyó parte de la iglesia y convento de San Francisco y la iglesia de Santa Clara de la misma<br />
capital ecuatoriana. Los otros cuatro retratos no son de Miguel de Santiago; pero como es casi seguro<br />
que debieron ser ejecutados en la misma época, no es difícil que sean de mano de sus contemporáneos,<br />
amigos y socios de taller, Bernabo Lobato y Simón de Valenzuela. Aún más lo deja presumir la<br />
manera como están pintadas las cabezas, muy semejante a la de Miguel de Santiago, pero como lo<br />
hiciera un pintor que tratara de imitar a otro, voluntaria o involuntariamente. En efecto, los rostros<br />
de los retratados son bastante buenos, correctamente dibujados, bien empastados, con cierta valentía<br />
que debió ser moneda corriente en el taller de aquel gran maestro; pero las manos dejan que desear y<br />
delatan a las claras que no son pintadas por éste. Igual cosa lo proclaman los vestidos, destituidos de<br />
41 La galería de cuadros del claustro bajo principal del convento de San Agustín principia por un<br />
cuadro en el que se lee la siguiente inscripción: «Este cuadro con 12 o más pintó Miguel de Santiago<br />
en todo este año de 656 en que se acabó está historia» ( N. del A. ).<br />
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