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Contribuciones a la Historia del Arte en Ecuador. Volumen I<br />

El arte colonial en el Brasil fue poco próspero merced a la tenaz política ejercida por Portugal en<br />

detrimento de la eclosión estética de la colonia. Sin embargo, aparecieron algunas figuras notables,<br />

de verdadera formación espontánea, genios autónomos que traducían las aspiraciones plásticas de la<br />

raza, a despecho de la oposición de la metrópoli.<br />

La más notable fuente de arte colonial la debe el Brasil a los holandeses, que durante medio<br />

siglo, constituyeron, en Pernambuco una verdadera escuela de gran arte, con arquitectos, escultores<br />

y pintores, de los cuales algunos eran discípulos de Rembrandt (siglo XVII).<br />

Fruto de la escuela verdaderamente nacional fueron: el escultor Lisboa, llamado por apodo «o<br />

Aleijadinho» y cuyas estatuas en esteatita deslumbraron a Sannt-Hilaire; el pintor, toreuta y arquitecto<br />

«mestre Valentim», los pintores José Leandro y Manuel Brasiliense y algunos más (siglo XVIII).<br />

En la pintura predominó la influencia italiana y hasta cierto punto la lusitana y flamenca. En la<br />

arquitectura, casi todas las iglesias obedecieron al barroco y jesuítico portugués, desataviadas en las<br />

fachadas y en el interior adornadas en demasía con gusto pletórico, verdadera orquestación de dorados<br />

en talla y toreutica. En el orden civil se construyeron algunos edificios de noble arquitectura. Como<br />

curiosidad del tiempo colonial, cuenta Río de Janeiro los famosos «Arcos de Santa Teresa», talvez el<br />

único gran viaducto romano de Sud américa (siglo XVII).<br />

En 1808 la dinastía bragantina se estableció en Río de Janeiro y el primer cuidado del Rey Don Juan<br />

VI y su ministro el Conde Da Barca, fue contratar en París una numerosa y selecta misión artística,<br />

fundadora de la Escuela de Bellas Artes que integró al Brasil en las corrientes del moderno arte<br />

europeo. Grandjean de Montigny plantó en Río de Janeiro varios monumentos de puro gusto clásico;<br />

Debret y Taunay celebraron en la tela los fastos del primer Imperio; otros enseñaron la escultura, la<br />

glyptica y todos los desdoblamientos del arte moderno.<br />

Fue la fecunda enseñanza de estos iniciadores que preparó la gloriosa generación del Segundo<br />

Imperio, con las figuras culminantes de Pedro Américo y Víctor Meirelles.<br />

Perú fue nación más aventajada; pues consta que don José del Pozo, individuo de la Real Academia<br />

de Sevilla, que vino como dibujante y pintor de la Comisión que dirigía don Alejandro Malaspina a<br />

fines del siglo XVIII, se separó en Lima de esa Comisión y fundó por su cuenta en 1791 una escuela de<br />

dibujo, que si al principio fue particular y privada, no tardó en recibir la protección del virrey Abascal,<br />

quien le estableció casi inmediatamente como pública y oficial, bajo la denominación de «Academia<br />

de Dibujo y Pintura». Sin embargo esta academia no produjo los frutos que dieron los obradores de<br />

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