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Contribuciones a la Historia del Arte en Ecuador. Volumen I<br />

gran parte de las viejas habitaciones, abandonadas por inservibles, los antiguos pasamanos de las<br />

escaleras de piedra, sirviendo de pilastras para sostener horribles construcciones, el presbiterio de la<br />

iglesia casi desnudo, y lo que es peor, la amenaza constante de una ruina total. Y pensar que con<br />

poco dinero se lograría salvar esa preciosa joya colonial, y aún restituirla, en parte, ¡a su primera y<br />

legítima forma!...<br />

Hace un siglo lo conoció Stevenson, aquel escritor inglés que sirvió de secretario al conde Ruiz de<br />

Castilla, en los últimos días de la dominación española en el Ecuador y arrancó a su pluma de hombre<br />

frío calculador y flemático, la siguiente pátina que no hubiera podido escribirla mejor el hombre más<br />

impresionable:<br />

El Convento de retiro de San Diego, que pertenece a los Franciscanos, está, por su situación en<br />

una barranca de los arrabales de la ciudad, casi oculto en medio de los árboles y de las rocas. Este<br />

retrete es de los más románticos. Se ha puesto especial cuidado en que este edificio aparezca en todos<br />

sus detalles, como una ermita aislada, lo que atrae la atención del extranjero. Es tal vez, en todo el<br />

Nuevo Mundo, la morada que más conviene al retiro religioso. El aspecto pintoresco de las montañas<br />

circunvecinas, que se elevan por encima de las nubes, la risueña verdura de sus bases contrastan con<br />

las nieves eternas que coronan sus cabezas encanecidas. Un riachuelo serpentea, que se ve primero<br />

saltar de una roca y deslizarse luego por lo bajo de la barranca en busca de su nivel, interrumpido<br />

de cuando en cuando en su carrera por súbitas vueltas, macizos de árboles o montones de piedras y<br />

como diciendo: Hombre, tu carrera por el sendero de la vida, se asemeja a la mía: pueden presentarse<br />

obstáculos que parezcan prolongar por algunos instantes la peregrinación que debe para ti terminar<br />

en la tumba; pero tu estadía sobre la tierra es corta, tu vida semeja a mi corriente sobre la inclinación<br />

de esta montaña, continuamente se desliza hacia su término, y, después de haber experimentado todas<br />

las vicisitudes de este viaje, no te quedará tal vez remordimientos de no haber sido suficientemente<br />

sabio para aprovecharlo.<br />

Todos los deberes de la vida monástica se observan en este convento con la mayor severidad: los<br />

monjes, de una palidez que atestigua la austeridad de su vida, visten de gris, llevan cilicios, y ligeras<br />

sandalias apenas garantizan sus pies semidesnudos; su silencio habitual, su aire compungido, todo,<br />

todo habla por la santidad de un lugar, donde hombres reunidos en comunidad, no parecen vivir, sino<br />

prepararse a mejor vida. Con frecuencia he recorrido estos claustros a la caída de la tarde, prestando<br />

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