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Contribuciones a la Historia del Arte en Ecuador. Volumen I<br />
No es, pues, difícil comprender la imposibilidad de un típico y uniforme arte ecuatoriano de los<br />
aborígenes: éste tenía que ser múltiple, como eran múltiples sus pueblos y de desigual grado en cultura.<br />
Porque de cada uno de estos pueblos se desprendía una peculiar civilización; pues si es verdad que<br />
algunos de ellos eran completamente bárbaros, no podía decirse lo mismo de otros. La civilización<br />
de los mayas y de los pueblos de la costa ecuatoriana era superior.<br />
Por supuesto que nos estamos refiriendo al estado en que se encontraba la civilización de nuestros<br />
aborígenes al tiempo de la conquista. Porque en este momento había también otra civilización que<br />
no era propia de ellos, una civilización considerada por muchos como la mayor y aún la única de<br />
estos territorios: la civilización incásica. Hasta hace poco tiempo no se hablaba sino de ésta. Y aún<br />
ahora, casi todos los objetos arqueológicos aparecen a los ignorantes y aún a los que no lo son,<br />
como comprendidos bajo la denominación de incásicos. Esto es olvidar que los incas no fueron los<br />
aborígenes ecuatorianos; fueron, sí, sus conquistadores y uno de los pueblos aborígenes del Perú. Ni<br />
hemos de exagerar su cultura artística como superior a la de nuestros primeros pobladores, ya que<br />
en el mismo Perú había pueblos de cultura igual y aún mayor que la de ellos. En el Ecuador hemos<br />
tenido culturas muy avanzadas. Demuéstranlo claramente las ánforas de barro que se han sacado en<br />
Paute, los vasos y utensilios de Chordeleg, las sillas de piedra de Manabí, los propulsores grabados<br />
de Sigsig, las hachas de cobre de Imbabura. La cerámica de los Quillacingas fue muy adelantada. Sus<br />
obras son un arte acabado, sea que se considere la preparación de la arcilla, sea que se detenga la<br />
atención en las preciosas formas de su decoración lineal, o se mire la riqueza de su ornamentación y<br />
lo bien complementado de su colorido. No cocían el barro del que fabricaban sus ollas o vasijas, sino<br />
que lo secaban a la sombra para que con el sol no se partieran. De esta manera se endurecían poco a<br />
poco los objetos que luego eran pintados con colores vegetales o minerales.<br />
Estudiando estos objetos, su factura y ornamentación, se da uno perfecta cuenta de que no es la<br />
casualidad la inspiradora de esas obras de arte; es el estudio de la naturaleza y su aplicación por<br />
me dio de motivos estilizados de manera adecuada a la forma de los objetos, el que ha presidido su<br />
ornamentación. Lo mismo la figura humana que la línea sencillamente geométrica ha proporcionado<br />
caprichosos temas que los artistas aborígenes han inteligentemente aprovechado.<br />
Ya es una cara humana -dice González Suárez en Los Aborígenes de Imbabura y el Carchi -, ya<br />
la cabeza de un felino, ahora en pie o un animal la forma de un vaso: un hemisferio se ha combinado<br />
con otro hemisferio variando sus direcciones para hacer los dos una olla: se han remendado los<br />
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