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Contribuciones a la Historia del Arte en Ecuador. Volumen I<br />
chinas bastante interesantes, de las que aún se hallan muchas en algunos conventos. Y no olvidemos<br />
de mencionar las obras mil de orfebrería en plata y oro, arte tan en boga en aquellos siglos de la época<br />
plateresca: cálices, custodias, candelabros, frontales, potencias, mariolas y tantos otros objetos para<br />
el culto religioso y joyas de toda clase para las ricas propietarias de la colonia.<br />
No podía suceder de otra manera, si se tiene en cuenta que en la organización de las nuevas ciudades,<br />
nada podía poner el indio sino su mano de obra como peón para los edificios que obreros españoles<br />
levantaban en todas las comarcas del nuevo continente. De España, pues, vinieron a Quito pintores,<br />
escultores, arquitectos, ebanistas, herreros, vidrieros, plateros, etc., que prestaron sus servicios a los<br />
ricos colonos españoles, domiciliados ya en el suelo americano. Y lo que no se alcanzó a hacer con<br />
ellos aquí, se lo importó; pues para eso estaban ya formadas y prósperas las fortunas de los primeros<br />
colonos: para satisfacer los gustos de sus dueños.<br />
Estos ricos, unas veces tomaban a su cargo el arreglo y aún la construcción de determinadas partes<br />
de las iglesias y conventos; otras, edificaban y adornaban sus propios oratorios privados en casas y<br />
haciendas, y para todo ello necesitaban, ya de cuadros, ya de estatuas, ya de lámparas, ornamentos,<br />
candelabros, libros, sillas, espejos, etc.<br />
Todos estos particulares influyeron de modo decisivo en la formación de ese arte colonial tan<br />
rico en Quito, tal vez más que en cualquier otro punto del dominio español en América, como lo<br />
comprobaremos en su debido lugar, arte que fue copia del español y del europeo en general, y que, al<br />
menos en sus primeros tiempos, no ofrecía rastro alguno del carácter indígena.<br />
Los orígenes de este arte sin carácter propio, no han sido coordinados por ningún erudito, casi<br />
pudiéramos decir que no han sido siquiera rastreados. Nuestros historiadores y biógrafos no han<br />
hecho otra cosa que copiarse mutuamente y acusar a nuestros artistas, muchas fábulas que ya se<br />
escribieron también de otros. Es que las fuentes de información son escasas y el vandalismo reinante<br />
durante todo el tiempo de la República que ha perseguido despiadadamente y sigue persiguiendo las<br />
reliquias artísticas para llevarlas fuera o destruirlas del todo, impiden o al menos dificultan la labor<br />
del historiador. Hoy apenas tenemos los restos del arte colonial contenidos en las iglesias, y aún estos<br />
vemos que van desapareciendo.<br />
¡Curioso fenómeno! Mientras los seglares reaccionan hacia el gusto colonial, aún cuando fuera más<br />
por moda que por un verdadero sentimiento artístico, los frailes de algunos conventos expulsan sin<br />
piedad, de los preciosos retablos de sus iglesias, las imágenes coloniales tan típicas, únicas que se<br />
conforman con el ambiente borrominesco de esos altares, y las sustituyen con las modernas, frutos<br />
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