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Contribuciones a la Historia del Arte en Ecuador. Volumen I<br />

hacía descansar sobre una verdadera cama, con colchón, tres almohadas, dos sábanas y una de seda<br />

con franja plateada o dorada. El retablo estaba adornado con diez y siete espejitos, dos Niños en sus<br />

respectivos sitiales y cuatro telas pintadas: dos a los flancos del cuadro de la Virgen en el fondo mismo<br />

del retablo y dos en sus paredes interiores laterales. Hoy, si es verdad que el retablo no se ha cambiado,<br />

el altar es otro, muy distinto del antiguo, feo y disonante con el estilo del retablo, y ni siquiera dorado,<br />

sino pintado de blanco. El nicho central lo ocupa, unas meces la estatua, otras veces el cuadro de San<br />

Antonio de Padua. En el remate del retablo esta una pequeña estatua de la Virgen. El Cristo yacente<br />

ha desaparecido. Se halla hoy en sacristía, retirado de la veneración de los fieles y sin comunicar ya<br />

ese carácter austero y singular que debió dar a la antigua capilla, su presencia.<br />

En el cuerpo de la iglesia hay distribuidos siete cuadritos de las siete casas o estaciones de Roma;<br />

mas ya no se encuentran otros once cuadros de diferentes tamaños que se hallaban sobre los arcos de<br />

los altares y seis más, grandes, entre los altares.<br />

Al coro le adorna un antiguo jube de madera y un Cristo crucificado al medio.<br />

En la sacristía y demás dependencias de ella no se encuentran sino ligeros restos de la primitiva<br />

riqueza de la capilla: una espléndida cómoda y un armario para guardar ornamentos, los cuatro<br />

cuadritos con fondos y figuras vestidas con hilos de seda, un espléndido Señor de los azotes, que<br />

recuerda mucho al Ecce Homo de Juan de Juanes, del Museo del Prado, una estatua de San Francisco,<br />

verdadera maravilla, cine sólo la sacan para representar en la iglesia la impresión de las llagas, y<br />

algunas otras esculturas, pequeñas y, grandes, que se hallan amontonadas hasta que se destruyan. No<br />

hemos encontrado ni las «dos custodias de reliquias», ni las «tres cabezas de santos jesuitas», ni el<br />

San Miguel, ni el San Isidro labrador, ni el Divino Pastor y el cuadro de Santa Rosa que decoraban la<br />

sacristía exterior; menos aún hemos visto en la interior, «los cuadros de San Antonio, Santa Rosa, San<br />

José; la Virgen, Santa María Magdalena y dos Marías de dos varas, un San Francisco Solano con sus<br />

americanos en sus respectivas molduras», según rezan los antiguos inventarios hasta 1853. Apenas si<br />

ha quedado el Señor de los Azotes, que pertenecía a esta colección.<br />

No sabemos la fecha fija en que se comenzó a edificar esta capilla; ni aquella en que se la terminó;<br />

pero es fácil determinar aproximadamente, teniendo en cuenta el año de la muerte de su fundador<br />

Cantuña, 1574, y la fecha fijada en el retablo del altar de San Francisco, 1669. Recibida la herencia por<br />

los religiosos, si es verdad que fueron estos los albaceas del indio, de lo cual no hay más comprobante<br />

que el hecho de que aquellos han sido siempre los que a su cargo han tenido el cuidado material y<br />

el culto en esa capilla hasta que, fundada allí la orden tercera de Penitencia, pasó el primero a cargo<br />

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