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Contribuciones a la Historia del Arte en Ecuador. Volumen I<br />
y cobrar nueva vida unido al español y no perecer y hundirse para siempre, por más que el medio<br />
ambiente delate de vez en cuando el carácter de la raza en los artefactos ejecutados por sus hijos.<br />
Porque no hay para qué hablar de un arte bárbaro americano, antecesor del arte español. La cerámica<br />
y la decoración se hallaban perfectamente desarrolladas en nuestros países cuando tomaron contacto<br />
con la cultura española.<br />
No así la arquitectura y la escultura. Desconociendo como desconocían los indios el empleo de<br />
la madera en estas artes, no hay nada que en los primeros años de la conquista pudiera atribuírseles<br />
en cuanto se refiere a la forma arquitectónica y a la factura de ciertas molduras y detalles en piedra,<br />
menos aún en lo que se relaciona con las estatuas de madera policromadas. Este arte era esencialmente<br />
europeo y español. No se puede decir lo mismo respecto de ciertos ornamentos hechos, ya en<br />
piedra, ya en madera y ejecutados algún tiempo después, a mediados del siglo XVI, por obreros<br />
ignorantes, sí, pero habituados a ciertas formas que, en cuanto supieron la manera de representarlos<br />
artísticamente, las pusieron espontáneamente, como algo que lo sentían con mucha sinceridad. Es<br />
así como nos explicaremos cierta intromisión de elementos extraños en la decoración escultórica de<br />
nuestras iglesias, obras primorosas del Renacimiento español. No es difícil encontrar en la iglesia<br />
y convento de San Francisco, en los de la Merced y San Agustín de Quito, groseras figuras de<br />
hombres, y de animales, o ciertas decoraciones informes, ensayos que recuerdan otra cultura, instintos<br />
etnográficos de fuentes indígenas, pero apreciables sólo cuando se ven y se contemplan con algún<br />
sentimiento. Así, pues, podemos asegurar que en la arquitectura y escultura en madera de los primeros<br />
momentos, por regla general, no se encuentra otra decoración, otro arte que no tengan sentimiento,<br />
aspecto y procedimiento de factura, exactamente idénticos a los del arte español de donde provienen.<br />
La fe y la religión de los conquistadores no provocó en estos nuevos países ninguna manifestación<br />
personal de arte: las artes locales y nacionales se vieron obligadas bruscamente a rendir homenaje al<br />
arte español, lo que no pudo dar otro resultado que el nacimiento en las colonias de una arquitectura<br />
y escultura religiosas, cuyos elementos eran netamente españoles. Aun más: el arte hispano quedó de<br />
arte aristocrático, refugiado en las casas de los ricos y en los claustros de los monasterios, en donde<br />
principalmente encontraron cierto ambiente favorable para sostenerlo.<br />
El elemento español tuvo, pues, una acción más bien negativa que positiva para el arte colonial<br />
americano, a cuya personalidad y progreso no contribuyó, y cuyo porvenir tampoco supo preparar.<br />
Pudo muy bien conservar, estimulando, la índole del arte americano, sin destruir lo que le era peculiar;<br />
y con alguna inteligencia sentar las bases de un arte propio utilizando, ya en las artes plásticas, ya en<br />
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