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Los monstruos<br />

La luz me arrancó del sueño en mitad de la noche.<br />

Envuelta en una sábana, con el cabello caído hacia<br />

adelante, Harey se había acurrucado a los pies de<br />

la cama. Le temblaban los hombros; lloraba en<br />

silencio.<br />

Me senté, no del todo despierto, protegiéndome los<br />

ojos de la luz, anonadado aún por la pesadilla que<br />

me atormentara un momento antes. Harey seguía<br />

temblando, y le tendí los brazos. Me rechazó escondiendo<br />

la cara.<br />

—Harey.<br />

—¡No me hables!<br />

—¡Harey! ¿qué ocurre?<br />

Ella alzó el rostro húmedo y trémulo. Gruesas lágrimas,<br />

lágrimas de niño, le resbalaban por las mejillas,<br />

relucían en el hoyuelo del mentón, y goteaban<br />

sobre la sábana.<br />

—Tú no me quieres.<br />

—¿Qué estás diciendo?<br />

—Oí.<br />

Sentí que se me contraía la mandíbula.<br />

—¿Qué oíste? No entendiste nada...<br />

—Sí entendí, entendí muy bien, tú decías que no<br />

era yo. Querías que me fuera. Y yo me iría, de veras<br />

me iría, pero no puedo. No sé por qué. Intenté<br />

irme, y no pude. Soy tan cobarde.<br />

—Vamos, por favor...<br />

La tomé en mis brazos, la apreté contra mí. Sólo<br />

ella me importaba; nada más existía. Le besaba las<br />

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