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maliciosamente que el director del Instituto<br />

Cosmológico buscaba recursos en arcas ajenas, puesto<br />

que la financiación de estas costosas expediciones<br />

hubiera correspondido al Instituto Planetológico.<br />

El diluvio de hipótesis proseguía —viejas hipótesis<br />

"refaccionadas", superficialmente modificadas, simplificadas<br />

o complicadas al máximo— y la solarística,<br />

disciplina relativamente clara no obstante la vastedad<br />

de los temas, era un laberinto cada vez más intrincado,<br />

en el que toda posible solución terminaba indefectiblemente<br />

en un callejón sin salida. En un clima<br />

de indiferencia general, de estancamiento y desmoralización,<br />

el océano de Solaris desaparecía bajo un océano<br />

de papel impreso.<br />

Dos años antes de ingresar en el laboratorio de Gibarían<br />

—donde obtuve el diploma del Instituto— la<br />

fundación Mett-Irving prometió una elevada recompensa<br />

a quien encontrara el modo de aprovechar la<br />

energía del océano. La idea no era nueva; las naves<br />

cósmicas ya habían traído a la Tierra cargamentos de<br />

jalea plasmática. Pacientemente, se habían ensayado<br />

distintos métodos de conservación: altas y bajas temperaturas,<br />

microatmósfera y microclimas artificiales<br />

que reproducían las condiciones atmosféricas y climáticas<br />

de Solaris, irradiación prolongada... Se había<br />

recurrido a todo un arsenal de procedimientos físicos<br />

y químicos para observar en definitiva un proceso<br />

de descomposición más o menos lento que pasaba por<br />

estadios bien definidos: consunción, maceración, licuefacción<br />

en primer grado (primaria), y licuefacción<br />

tardía (secundaria). Las muestras extraídas de las aflorescencias<br />

y creaciones plasmáticas corrían siempre la<br />

misma suerte, con algunas variantes en el proceso de<br />

descomposición. El producto final era<br />

invariablemente una tenue ceniza metálica.<br />

Una vez que los hombres de ciencia reconocieron la<br />

imposibilidad de conservar con vida, aún en estado<br />

vegetativo, cualquier fragmento extraído del océano,<br />

pequeño o grande, se llegó a la convicción (bajo la<br />

influencia de la escuela de Meunier y Proroch) de que<br />

este problema era la clave del misterio. Se trataba<br />

sólo de encontrar la interpretación correcta.<br />

La búsqueda de esa clave, la piedra filosofal de los<br />

estudios <strong>solaris</strong>tas, habían absorbido el tiempo y las<br />

energías de todo un ejército de investigadores que ca-<br />

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