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camente los ojos, Harey me echó los brazos al cuello, y<br />

estalló en una carcajada aguda.<br />

Quedé paralizado. Harey no cabía en sí de gozo.<br />

Me observaba entornando los párpados, con una expresión<br />

a la vez ingenua y maliciosa. Volví a sentarme<br />

tieso, perplejo, desconcertado. Un último acceso de<br />

risa sacudió a Harey; luego se apretujó contra mis<br />

piernas.<br />

Le pregunté, con una voz inexpresiva:<br />

—¿Por qué te ríes?<br />

Una vez más el rostro de Harey expresó<br />

sorpresa, e inquietud. Sin duda deseaba darme una<br />

explicación honesta. Se frotó la nariz y suspiró.<br />

—No sé —dijo al fin, sinceramente sorprendida—. Me<br />

estoy comportando como una idiota ¿no?... Pero tú<br />

también, tienes todo el aspecto de un idiota, tieso y<br />

solemne como... como Pelvis.<br />

Creí haber oído mal.<br />

—¿Cómo quién?<br />

—Como Pelvis, tú sabes quién, el gordo...<br />

Harey no podía en ningún caso conocer a Pelvis, ni<br />

haberme oído hablar de él, por la sencilla razón de que<br />

Pelvis había vuelto de una expedición tres años<br />

después que ella muriera. Yo no lo había conocido<br />

antes e ignoraba por consiguiente que tuviese una<br />

tendencia inveterada, cuando presidía las reuniones<br />

del Instituto, a prolongar indefinidamente las sesiones.<br />

Por lo demás, se llamaba Pelle Villis, y no supe<br />

hasta su regreso que lo habían apodado Pelvis.<br />

Harey apoyó los codos sobre mis rodillas y me<br />

miró a los ojos. Yo le toqué los brazos; mis manos<br />

subieron hasta los hombros y el nacimiento del<br />

cuello desnudo, que palpitaba bajo mis dedos. Podía<br />

suponerse que la estaba acariciando; por lo demás, a<br />

juzgar por su mirada, ella no interpretaba de otra<br />

manera el contacto de mis manos. En realidad, yo<br />

estaba comprobando una vez más que su cuerpo era<br />

tibio al tacto, un simple cuerpo humano, con<br />

músculos, huesos, articulaciones. Mientras la miraba a<br />

los ojos con dulzura, sentí el horrendo deseo de cerrar<br />

bruscamente las manos.<br />

De pronto, recordé las manos ensangrentadas de<br />

Snaut, y la solté.<br />

—Cómo me miras —dijo ella serenamente.<br />

El corazón me latía con tal fuerza que me fue im-<br />

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