18.05.2013 Views

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—¿Para cuándo la partida? —pregunté.<br />

Un susurro en el exterior, como una llovizna de<br />

arena fina.<br />

—¡Estás en ruta, Kelvin, buena suerte! —respondió la<br />

voz de Moddard, tan cercana como antes.<br />

Una ancha mirilla se abrió a la altura de mis<br />

ojos, y vi las estrellas. El Prometeo navegaba por las<br />

inmediaciones de Alfa de Acuario, pero traté, en vano,<br />

de orientarme. Un polvo centelleante llenaba el ojo<br />

de buey; el cielo de aquella región de la galaxia me<br />

era desconocido, y no pude identificar ni una sola<br />

constelación. Yo esperaba que en cualquier<br />

momento se me apareciera alguna estrella aislada;<br />

no distinguí ninguna. El centelleo se atenuaba; las<br />

estrellas huían, confundidas en una vaga luminosidad<br />

purpúrea; así me enteré de la distancia que había<br />

recorrido. Rígido el cuerpo, oprimido en mi funda<br />

neumática, hendía el espacio con la impresión de<br />

encontrarme suspendido en medio del vacío, y<br />

teniendo como única distracción el calor que<br />

aumentaba lenta, progresivamente.<br />

De pronto, hubo un crujido, un ruido áspero, como<br />

una lámina de acero que se desplaza sobre una placa<br />

de vidrio mojada. Y comenzó la caída. Si no hubiese<br />

visto las cifras que saltaban en el cuadrante luminoso,<br />

no habría notado el cambio de dirección. Desaparecidas<br />

mucho antes todas las estrellas, la mirada se<br />

perdía, ahora y siempre, en la pálida claridad rojiza<br />

del infinito. El corazón me golpeaba el pecho, pesadamente.<br />

Sentía en la nuca el soplo fresco del climatizador,<br />

y sin embargo me ardían las mejillas. Lamentaba<br />

no haber localizado al Prometeo; sin duda ya se<br />

había perdido de vista aun antes que los comandos<br />

automáticos abrieran las persianas del ojo de buey.<br />

Una violenta sacudida estremeció el vehículo, y en seguida<br />

otra. La cápsula se puso a vibrar; atravesando<br />

mi envoltura neumática, la vibración me alcanzó y me<br />

corrió por el cuerpo, de pies a cabeza; multiplicada,<br />

la fosforescencia del cuadrante del contador se desplegó<br />

en todas direcciones. Ignoré el miedo. ¡No había<br />

emprendido ese largo viaje para pasar ahora por encima<br />

de la meta!<br />

Llamé:<br />

—¡Estación Solaris! ¡Estación Solaris! ¡Estación Solaris!<br />

¡Creo que me voy desviando, corrijan la trayec-<br />

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