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Esperaba encontrar una marca, y en efecto,<br />

había un señalador entre las páginas del índice;<br />

un nombre, desconocido para mí, había sido<br />

subrayado con lápiz rojo: André Berton. Las cifras<br />

que seguían al nombre remitían a dos capítulos<br />

diferentes. Eché una ojeada a la primera referencia<br />

y me enteré de que Berton era piloto de reserva en la<br />

nave de Shannahan. La otra referencia aparecía unas<br />

cien páginas más adelante.<br />

Al principio, la expedición había actuado con extrema<br />

prudencia; luego, al cabo de dieciséis días, se<br />

tuvo la certeza de que el océano plasmático no sólo<br />

no mostraba señales de agresividad, sino que rehuía<br />

todo contacto directo con los aparatos y los hombres,<br />

retrocediendo cada vez que un cuerpo cualquiera se<br />

aproximaba a su superficie; por lo tanto,<br />

Shannahan y el suplente, Timolis, dejaron de lado<br />

algunas precauciones que entorpecían los trabajos.<br />

La expedición se dividió entonces en pequeños grupos<br />

de dos o tres hombres, que volaban por encima<br />

del océano, a veces cubriendo un radio de cientos de<br />

kilómetros. Las cercas irradiantes, utilizadas hasta entonces<br />

para delimitar y proteger los trabajos, fueron<br />

transportadas de vuelta a la base. Pasaron cuatro<br />

días y no hubo ningún accidente, excepto algunas<br />

averías en el equipo de oxígeno de las escafandras:<br />

los efectos de la corrosión eran insólitos, y había que<br />

reemplazar las válvulas casi diariamente.<br />

En la mañana del quinto día, el vigésimo primero<br />

en Solaris, dos sabios, Carucci y Fechner (el primero<br />

era radiobiólogo, el segundo físico) salieron a explorar<br />

el océano. Navegaban en un aeromóvil, una nave que<br />

se deslizaba sobre una almohada de atmósfera comprimida.<br />

Seis horas más tarde, no habían regresado. Timolis,<br />

que administraba la base en ausencia de Shannahan,<br />

dio la alarma y organizó la búsqueda<br />

llamando a todos los hombres.<br />

Por una fatal conjunción de circunstancias, el contacto<br />

inalámbrico se había interrumpido ese día una<br />

hora después de la partida de los grupos de exploración;<br />

una gran mancha había oscurecido el sol<br />

rojo, y las partículas energéticas bombardeaban<br />

pesadamente las capas superiores de la atmósfera. Sólo<br />

los transmisores de onda ultracorta continuaban<br />

funcionando, y los contactos estaban limitados a<br />

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