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Me despertó una sensación de agradable frescura.<br />
Tenía la cara cubierta por un paño húmedo; lo retiré<br />
y vi a Harey inclinada sobre mí. Me sonrió. Estaba<br />
exprimiendo un segundo paño que goteaba en<br />
una palangana; junto a la palangana, había un<br />
frasco de loción cicatrizante.<br />
—¡Cómo dormiste! —dijo, aplicándome la<br />
compresa en la sien—. ¿Te duele?<br />
—No.<br />
Arrugué la frente; la piel era de nuevo flexible.<br />
Harey estaba sentada al borde de la cama, el pelo<br />
negro echado hacia atrás por encima del cuello alto<br />
de una salida de baño; una salida de hombre, a<br />
rayas blancas y anaranjadas; se había recogido las<br />
mangas hasta el codo.<br />
Yo tenía un hambre feroz; habían pasado por lo<br />
menos veinte horas desde mi última comida. Cuando<br />
Harey terminó con sus trabajos de enfermera, me<br />
levanté. Mi mirada cayó sobre dos vestidos que colgaban<br />
del respaldo de una silla: dos vestidos blancos<br />
absolutamente idénticos, adornados los dos con una<br />
hilera de botones rojos. Yo mismo había desgarrado<br />
uno de aquellos vestidos, ayudando a Harey a sacárselo.<br />
Y Harey había regresado la noche anterior<br />
con el segundo vestido.<br />
Ella siguió mi mirada.<br />
—Tuve que deshacer la costura con las tijeras —dijo—.<br />
Creo que el cierre está trabado.<br />
El espectáculo de aquellos dos vestidos idénticos<br />
sobrepasaba en horror a todo cuanto había sentido<br />
hasta entonces. Harey estaba ocupada ordenando el<br />
pequeño botiquín. Me di vuelta y me mordí los nudillos.<br />
Sin dejar de mirar los dos vestidos —o mejor<br />
dicho ese vestido único desdoblado— me alejé hacia la<br />
puerta. El agua del grifo corría ruidosamente.<br />
Abrí la puerta, me deslicé fuera del cuarto, y cerré<br />
el batiente con precaución. Oía el murmullo del<br />
agua, el tintineo de los frascos; de pronto, todos los<br />
ruidos cesaron. Con las mandíbulas apretadas<br />
esperé; el panel de la puerta reflejaba el tubo<br />
luminoso del cielo raso en la rotonda. Yo sujetaba<br />
el picaporte, con pocas esperanzas. Una sacudida<br />
brutal estuvo a punto de arrancármelo de la mano;<br />
pero la puerta no se abrió; se sacudió y vibró de<br />
arriba abajo. Estupefacto, solté el picaporte y<br />
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